Almacenamos en el archivo de nuestra memoria
lo que ya no está. Como esa recua de tiendas o bares ya pechados. En ellos vivimos una parte de nuestras horas, y por
razones ignotas no se van de ese archivo. Cada quien tiene su lista, en la mía
ocupan lugar destacado Los Vikingos
de la calle Valentín Calderón de Palencia, el Mariñeiro de La Seca-Cambados, la tienda de prensa y tebeos Morrondo en la calle Mayor palentina, o
el colmado de Esti en Pedraza de
Campos. Si bien ya cerrados, algo más difícil es que cierren en nuestros
sueños, señal inequívoca de que los espacios que un día vivimos nunca se van de
nuestro inconsciente, ese inquietante lugar que no quiere reconocer que el
tiempo pasa.
Creo que era Bergson quien afirmaba algo así
como que siempre era la parada lo que exigía una explicación, pero nunca el
movimiento. Es cierto. Nunca pedimos explicaciones a lo que permanece, pero sin
embargo sí que nos preguntamos ¿por qué habrá cerrado? Creo que eso puede dar
un realce especial a los esfuerzos de los pequeños comercios, los pequeños
bares, los pequeños periódicos, las pequeñas asociaciones, las pequeñas
ciudades. ¿Cómo es que aún permanecen? Nadie lo sabe, constituyen el evento
extraordinario cotidiano, la heroicidad silenciosa de gentes anónimas y sufridas,
la lucha extenuante en la eternidad de un
día.
De igual modo que nos quejamos de lo que nos
falta, olvidándonos de lo que disponemos, así procedemos con lo que a duras
penas permanece, paradójicamente sintiendo nostalgia cuando se cierra, a sabiendas
de que tan sólo podemos desear lo que nos falta. Ocurre que no vendría mal
percibir que eso que permanece a nuestro lado, esos bares mínimos en donde
pasamos buenos momentos, esas tiendas cuyos propietarios saben nuestro nombre,
esos periódicos históricos que leemos, esas pequeñísimas y heridas ciudades que
habitamos, permanecen, claro que permanecen, pero no es seguro que un día no nos
falten.
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