El poder de atracción que para tanta y
tanta gente tiene su fortaleza particular, su castillo, el refugio del cual se
alejan de la mirada del Otro, de las conversaciones y los debates, de los
follones cotidianos, es un poder de cristal, pues se basa en la idea de que
mejor el aislamiento que el lazo social, o que ‘donde mejor se está es en
casa’. Pero el precio que se paga es muy alto, es a costa de ser prisioneros de
sí mismos.
Tomarse preso, autoapresarse, puede tener
la forma invisible del pensamiento circular, ese pensar que agota, que no
conduce a nada (‘darle muchas vueltas’ es la feliz expresión popular, muy
gráfica en ese dar y dar vueltas sin encontrar la salida del laberinto) y que
asedia al sujeto paralizándolo y secuestrándolo en su propia mazmorra, hablando
muy poco o nada con los otros, salvo las horas de patio, y evitando el
contacto.
Como Bartleby, el escribiente, la
obra de Melville, “preferirían no hacerlo”. En ese relato, para prescindir de
Bartleby, su jefe cambia a toda la oficina de lugar, pero el escribiente sigue
acudiendo al mismo sitio cada mañana. Bartleby, no hay que olvidarlo porque en
el epílogo lo evoca el narrador, había trabajado en un departamento de cartas
no reclamadas, (Cartas muertas, Washington) digo esto porque mucha
gente, prisionera de sí misma, fabula en su infinito ‘darle vueltas’ la
contestación a cartas que nunca se escriben, pero que imagina que los demás le
envían.
Esta figura de quien se apresa y se
excluye toma la forma histérica de la queja dolorosa de no estar a gusto en
ningún sitio, de no encontrar un lugar en el mundo. Y esa exclusión también
toma la deriva obsesiva del atrincheramiento, de la vida de exilio interior,
del gusto por el confinamiento.
El llamado ‘síndrome de la Moncloa’ que ha
venido aquejando uno a uno a todos los inquilinos del palacio de marras, desde
que lo habitara Adolfo Suarez, nos sirve de plataforma ejemplar. Excusando
motivos de seguridad, lo que es seguro es que desconocen ser prisioneros de sí
mismos, pegados a las encuestas, desconfiados de todos, purgando la pena de
gozar del poder, para finalizar sus días confundidos entre lo que son y el
guiñol que los representa.
Hay muchos vecinos que copian ese
particular síndrome. Mujeres que siempre ven la intriga en las otras mujeres,
hombres que sólo ven maledicencia en los otros hombres.
Y es que, hoy, los primeros prisioneros ya
son los niños. Y es que ya no juegan en las calles.
Publicado en DIARIO PALENTINO el jueves 20 de febrero de 2014.
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