Un amigo es aquel que llega cuando todo el
mundo se ha ido. Acepté esa definición de un relato que leí últimamente. Lo
contaré al final, pero antes voy a explicarme.
El título de amigo lo damos con ligereza.
Desde niño he creído tener muchos amigos, para con dolor constatar cómo eso no
era tan así. De todos las cornadas que da la vida, quizá la de perder amigos
sea la más cruenta y de la que peor uno se recupera, por eso cuando releo lo
que Montaigne escribió sobre la amistad en sus Ensayos, aún me sorprende que se haga eco de Aristóteles: “Oh,
amigos míos, no existe amigo alguno”, y aún más que Plutarco, en La abundancia de amigos, evoque al
antiguo exclamando: es feliz quien logra encontrar la sombra de un amigo.
Normalmente los amigos proliferan cuando
las cosas van bien. Sin embargo, cuando perdemos la cabeza, nos pueden las
pasiones, o sencillamente estamos insoportables, los amigos huyen. Con razón.
Otras veces, o somos demasiados
espléndidos, o al mostrarnos demasiado sublimes despertamos el peor de los
venenos que enturbian la amistad, la envidia, mejor siempre somnolienta. Pero
cómo no despertar envidias, si desconocemos lo que otros ven cuando nos miran.
Aprendemos con los años que en realidad
amigos, llegamos a tener muy pocos en nuestra vida, y sí muchas amistades,
compañeros, colegas de profesión, vecinos, conocidos, gentes agradables con
quienes compartimos mucho y bueno de nuestro vivir. Pero también soñamos con
ese amigo que llega cuando todos se van.
Frecuentemente escucho decir con pesar y
con mucho dolor una frase que a mí siempre me pareció terrible: ‘no tengo
amigos’. Cuando se investiga la parte de responsabilidad subjetiva que cada
quien tiene en ese no tener amigos, se inicia el camino para que ese drama se
arregle. Y además nunca es tarde.
Va el relato. Se titula “Un amigo
verdadero”: “Mi amigo no ha regresado del
Campo de Batalla, señor. Solicito permiso para ir a buscarlo”, dijo un
soldado a su teniente. “Permiso denegado”,
replicó el oficial, “no quiero que arriesgue
usted su vida por un hombre que probablemente ha muerto”. El soldado, no
haciendo caso a la prohibición, salió y una hora más tarde regresó mortalmente
herido, transportando el cadáver de su amigo. El oficial estaba furioso: “¡Ya le dije yo que había muerto! Dígame:
¿merecía la pena ir allá para traer un cadáver?”. Y el soldado, respondió: “¡Claro que sí, señor! Cuando lo encontré,
todavía estaba vivo y pudo decirme: ¡Estaba seguro que vendrías!”
El relato finaliza sentenciando: “Un amigo
es aquel que llega cuando todo el mundo se ha ido”.
Publicado en DIARIO PALENTINO el jueves 27 de febrero de 2014
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