Pagamos
por ilusionarnos. Podrá decirse que pagamos mucho, por ejemplo estos días en
lotería. Seguramente es excesivo en el caso de algunos. Pero resulta que
algunos necesitan ilusionarse más que otros.
La
ilusión, es decir lo que pertenece a la esfera de lo imaginario, bebe de
promesas, de construcciones fantásticas, de sueños. Pero la vida, Calderón de
la Barca lo dejó por escrito, es un sueño, (le hizo decir a Segismundo en el
monólogo aquello de qué es la vida, un
frenesí, qué es la vida, una ilusión). Los publicistas lo saben muy bien, y
quienes viven con niños pequeños también conocen lo importante de tocar en el
registro de la ilusión cuando se acerca la Navidad.
No
entiendo pues esas proclamas incendiarias contra quienes precisan de la
ilusión: prueben a robar la ilusión a la gente, prueben a decir que todo es
mentira, prueben a explicar que no espere nadie nada, y veremos aparecer lo
sombrío de la masa humana apegada a la literalidad. Sin jugar con el lenguaje,
sencillamente no hay lenguaje. Ni revoluciones. Ni héroes dispuestos a
perder.
No
discuto que la fantasía no deja de ser un engaño complaciente, o si se quiere
una manera de perpetuar un estado infantil de la humanidad, y que el juego,
tutelado y animado además por el Estado, no deja de ser el impuesto cruel de
los pobres, pero aún mucho peor es sustraer a la gente su derecho a soñar. El
irrenunciable derecho a soñar con futuribles, a fabricar cuentos de la lechera,
a imaginarse nuevas vidas, a ilusionarse con todo lo bueno de lo humano, (y a
escotomizar la maldad cotidiana) es un derecho que sostiene nuestras vidas.
Sospecho
que quienes están contra la ilusión son los mismos que están contra la poesía,
y eso da miedo.
A
pocos días de finalizar un año, (en realidad otra ilusión que tenemos, la de
que pasa el tiempo a sabiendas de que somos nosotros quienes pasamos, razón por
la cual es muy saludable perder el
tiempo), tiene su lógica ilusionarse con lo que nos deparará 2014, y pagar el
precio de abandonar la razón. Ojo con los dogmáticos de la razón, que
desconocen el peso de lo imaginario en sus propias vidas. Goya pintó el sueño de la razón produce monstruos.
Y lo razonable es soñar.
Habría
en tal caso que discutir el modo de hacer más razonable el precio que pagamos
por ilusionarnos.
Última columna de 2013 publicada en DIARIO PALENTINO el jueves 26 de diciembre.
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