Hace
cien años, en el verano, comenzaba la Primera Guerra Mundial. Pienso que no
está de más recordarlo, porque la idea de que la guerra es un asunto antiguo,
de cuando éramos menos cultos y más salvajes, y que por supuesto no tiene que
ver con el ser humano y con el peso que en él tiene lo imaginario, el
prestigio, la rivalidad, los celos, la agresividad, la violencia, pienso que
esa idea es muy perniciosa. Pensar que la paz sólo puede lograrse a base de
organismos internacionales es desconocer la base de la codicia humana.
Estoy
atrapado por 1914-1918, (Debate,
2013), que pasa por ser el mejor libro escrito para sintetizar lo que hoy se
sabe acerca de ese conflicto horroroso que se llevó por delante a millones de
seres humanos con una crueldad infinita. Su autor, David Stevenson, advierte de
una paradoja ya en la Introducción: «Cuando se desencadenó la guerra en un
continente pacífico, pareció que hubiera producido un salto atrás a lo
primitivo…pero lo cierto es que el conflicto tenía como protagonistas a las
sociedades más ricas y tecnológicamente avanzadas de la época transformadas por
la industrialización, la democratización y la globalización…», de suerte que no
era falta de civilización sino del pasajero interior del ser humano.
De
hecho estos días se publica un artículo de prensa (para advertir las guerras de
hoy por todo el mundo, especialmente por el continente más sufrido, el
africano) que comienza reconociendo que el
actual conflictivo panorama planetario da la razón a Sigmund Freud cuando
aseguraba que “la violencia, individual o colectiva, que acompaña a la
condición humana desde el origen de los tiempos, puede ser limitada,
relativamente controlada, legalmente regulada e incluso castigada, pero nunca
exterminada”. ¡Nunca exterminada!, Freud dixit. Es una cita increíble la que ha pescado el periodista, le
supongo lector freudiano.
Pero
prefiero una mejor. De 1915. A veces hay que escuchar que la inteligencia
emocional es un invento reciente. Pues no. Freud en 1915 escribió esto: «Los
psicólogos y los filósofos nos han enseñado, hace ya mucho tiempo, que hacemos
mal en considerar nuestra inteligencia como una potencia independiente y
prescindir de su dependencia de la vida sentimental. Nuestro intelecto sólo puede
laborar correctamente cuando se halla sustraído a la acción de intensos
impulsos emocionales». Es de un artículo titulado “Consideraciones sobre la
guerra y la muerte”. Hay que leerlo en este año que estrenamos, en 2014, cien
años después, año que va a estar repleto de menciones a ese 1914. Feliz año
lector.
Publicado en DIARIO PALENTINO el jueves 2 de enero de 2014.
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