Otaku
Leyendo estos días a
Murakami, encontré esta palabra, otaku,
que es peyorativa. Sirve para nombrar, en japonés, a quienes tienen obsesión
por una afición en concreto. En el contexto de la novela se encuentra así:
"No quería que ella pensara que era uno de esos otaku como los que antes solía ver en la Facultad".
Pues bien, no me parecen
antipáticos los otakus que nos
rodean, más bien incluso suelen estar bien considerados aquellos que hacen de
una afición un interesante motivo para vivir. Hasta el punto de que la afición
es para muchos el auténtico motor de su vida, sabiendo que su trabajo o el
ejercicio de su profesión, no es sino algo inevitable para su subsistencia.
Ahora
bien, la palabra obsesión es otra cosa. Si hablamos con propiedad, tenemos que tomarnos
con cautela el significante obsesión del que hablan los japoneses. Ahí
encontramos un exceso, bien un exceso de incertidumbre y duda como a su vez de
máxima certeza, que roza la terquedad.
El aficionado puede entonces
usar de su afición para replegarse, a la vez que para huir de otros asuntos
sociales o familiares. Siempre hay algo de evitación, de encierro en las
obsesiones.
Y luego está la repetición,
la sempiterna repetición del placer obtenido una vez y que se piensa en obtener
siempre, eternamente. Un otaku buscaría
entonces los mismos escenarios, las mismas compañías, recrear una y otra vez
los mismos circuitos por donde antes transitó, sumar los mismos objetos,
utilizar las mismas indumentarias o instrumentos. Hasta el punto que no se
distingue él mismo de esos objetos que o bien colecciona o bien son sus
herramientas de ocio.
Un dato de experiencia es
que la clasificación de los objetos de su afición a veces le ocupa tanto tiempo
que incluso no dispone de tiempo para la propia afición. Es como el vértigo de
las listas de que habla Umberto Eco en su libro homónimo. Es la pasión por el
almacenamiento, por el archivo de documentos, de fotos, de rastros que le dan
al otaku la certeza de que ha vivido,
y que a la postre, su pasión, sus aficiones, pueden certificar que su
existencia ha tenido lugar, demostrar que se ha vivido, que se ha pasado por
este mundo, y que eso ha sido registrado en algún registro.
Una manera menos invasiva
de vivir una afición es posible, aunque si me preguntaran por lo peor de todo
esto del otaku respondería que la
coincidencia de afición y profesión. Ahí no hay escapatoria.
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