Hoy
es la noche de Halloween, una noche diferente. La verdad es que desde hace años
le tengo cariño a esta costumbre. Los detractores no paran de mofarse de lo que
consideran una intromisión foránea, una invasión cultural trasplantada desde
otras latitudes y que ha penetrado a través de la televisión, a quien
consideran un gadget malévolo por el
que entra lo peor de lo peor.
Vistas
así las cosas los forofos de lo autóctono reclaman la jota castellana, el
folklore de aquí, la matanza anual. Y la verdad que el culto a la cebolla, a la
alubia, a la lenteja, a los pimientos…abren nuestra prensa diaria, reflejando
así este culto a nuestros objetos orales, a lo que comemos. Un día deberíamos
reflexionar el por qué tanto culto a los productos de la tierra, por qué nos
detenemos tanto en ese punto, hasta el punto de que lo llevamos a portada de
nuestros periódicos.
Pero
hay que decir que es imposible poner puertas al campo, y que la cultura siempre
ha sido intercambio: un poco de allí, un poco de allá, una mezcla con lo
nuestro. Cultura es todo, todo lo que no es naturaleza. Eso quiere decir que
sin saberlo ejecutamos al día muchas rutinas, prácticas, usos que no son sino
costumbres importadas de otros lares.
Ocurre
que preferimos pensar que lo mejor es lo que hicieron nuestros antepasados que
vivieron a pocos kilómetros de nuestra casa natal, y nos cuesta reconocernos en
seres humanos lejanos del perímetro de nuestra casa natal.
Sin
embargo, los más jóvenes se han incorporado a esta tradición celta, que desde
Irlanda viajó a los USA. Veo estos días a adolescentes expectantes con el truco
a trato, su disfraz y la magia especial de esta noche de brujas.
De
las tradiciones de esta noche, el ingenioso truco o trato que tanto gusta a los
adolescentes, los disfraces que tratan de alejar los miedos ancestrales, las
bromas que aportan humor a lo que nos cuesta sobrellevar, ir al cine a ver
películas de terror y sentir así la excitación amable de la temida angustia
ante lo peor, prender hogueras para quemar aquello de lo que nos queremos
alejar, leer historias de miedo que pudieran evitarnos el encuentro con los
miedos cotidianos…de todo ese repertorio posible de Halloween, encuentro genial
lo de visitar casas encantadas.
Visitar
una casa encantada y aún más, esperar una infestación, supone fantasear con que
aún existen casas encantadas. Necesitamos salir de lo rutinario, ser otro para
nosotros mismos, encontrar días distintos, volver a encantarnos.
Publicado en DIARIO PALENTINO el jueves 31 de octubre de 2013.
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