Este es el artículo completo publicado en DIARIO PALENTINO, del que se ha hecho eco el BLOG Curiosón.
Se me han atravesado unas palabras de Gustavo Martín Garzo escritas en un
artículo que publicó en prensa, y que comento para un monográfico de una
Revista que va a glosar su obra. Y mira que el artículo de marras es
interesante de cabo a rabo, pero por alguna razón estas frases no se me van de
la cabeza: "Es cierto que el mundo que nos ofrecen las oficinas de viaje y
las promociones de la banca poco o nada tiene que ver con el mundo oscuro de
los cuentos de hadas, pero a cambio, como diría Chesterton, es mucho menos
interesante. Un mundo sin sentimientos ni memoria, un mundo sin desatinos ni
sueños puede que fuera menos perturbador que el nuestro, pero ¿de verdad
merecería la pena vivir en él?"
Puedo aceptar un mundo alejado de los sentimientos y centrado en las
conductas observables y en los actos mudos, es más, nuestro mundo parece por
momentos frío y alejado de los sentimientos de la gente, al servicio de la
codicia y de la acumulación de bienes. Puedo entender un mundo sin memoria,
cual que muchos de los propósitos de los tecnócratas, y lo que es peor de los
calculadores de los programas educativos, parecen preferir el olvido a la
memoria, el curriculum objetivo lleno de datos secos, a la historización
subjetiva y la memoria colectiva. Puedo hasta creer en que el cálculo frío de
los protocolos que parecen tener atadas todas las contingencias y todos los
imprevistos, puede acabar con un mundo sin desatinos, sin sorpresas, sin azar, sin
giros imprevistos, un mundo seguro, dicen, sin accidentes, con eso que tanto
les gusta de las prevenciones, que no es sino un nuevo ardid para la vigilancia
y el control desde la infancia.
Pero se me hace cuesta arriba pensar en un mundo sin
sueños. Me es imposible aceptar que nuestros más jóvenes no van a encontrar
ningún dispositivo donde puedan ir a contar sus sueños, por más bizarros que
aparezcan. Me es indigerible confiar en quienes son tan poco realistas que
creen posible una sociedad que no sueñe, que no anhele, que no fantasee, que no
imagine un mundo diferente. Porque será una sociedad más exacta, pero sin
poesía, sin desatinos, sin error, sin lapsus, sin chistes, sin olvidos, sin
actos fallidos, sin la freudiana psicopatología de la vida cotidiana, la vida
será un muermo, un Walden dos. Un mundo
sin sueños es la oferta única del positivismo cognitivo-realista que nos
gobierna. Pero si, como diría un gallego, 'eo que hay', ¿merecería la pena
vivir en él
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