domingo, 22 de mayo de 2011

VOTAR NO ES UN DEBER

Se nos quiere hacer interiorizar una exigencia, primero mandato categórico social y después una suerte de ley de hierro del superyo individual: votar en unas elecciones es un deber ciudadano.
Pero no es así.
Es un derecho de los ciudadanos, un ejercicio de ciudadanía elegir representantes. Pero se puede elegir no elegir. Y no porque se dude elegir entre opciones, sino porque elegir no votar puede ser el resultado de una opción tan democrática como las demás.
No hablo de la abstención, ni de la abstención técnica, que los sociólogos sitúan en los entornos del veinte por ciento, y que corresponde a las personas que se enferman ese día, las que tienen un lapsus y se olvidan, las que se enfadan, quienes tienen una imposibilidad rara sobrevenida, etc... ni de la abstención pasiva o pasota, la de quienes se abrazan en la indolencia, ni tan siquiera de la abstención activa, tipo seguir ideas como las de nolesvotes. Me refiero a otra cosa, a la posibilidad en una democracia de elegir no acudir a votar y dejar la toma de decisión a otros vecinos.
En algunos países es obligado ir a votar, e incluso es sancionable económicamente no ir. Pero no en España.

Tampoco me refiero al voto nulo voluntario, es decir, a esa práctica consistente en escribir algo en la papeleta, o en introducir papeletas con enunciados cual graffitis romanos. No. Me refiero a la decisión consciente de elegir que sean otros quienes elijan al alcalde de la ciudad. Traspasar esa responsabilidad es tan responsable como no hacerlo.
En modo alguno no ir a votar este domingo puede privar a ningún ciudadano del derecho a la queja. Algo así como vota, si no, luego no te quejes. Suprimir el derecho a la queja es peor que suprimir el derecho a la libre expresión. Ni hablar. Faltaría más que también se nos privara a los ciudadanos el derecho a la queja, a la protesta, a la insumisión cuando las acciones de los gobernantes son tiránicas o injustas. De hecho cuando se esgrime la razón de Estado se suele decir -lo escuchamos de labios de un ministro hace unos meses-, que quien echa un pulso al Estado lo pierde. Pero históricamente se sabe que si los pueblos, la gente, no hubieran echado pulsos periódicamente al Estado, jamás hubiéramos tenido avance social y democrático alguno.
Es difícil saber cuál será el siguiente paso, pero la revolución tecnológica parece indicarnos que un Gobierno abierto, una toma de decisiones periódicas y electrónicas acercará más las política a la gente, permitirá más rapidez en las permutaciones en los cargos, ayudará en la transparencia, expulsará de la política a los menos generosos y nos acercará a poder soñar con una spanishrevolution. Este sufrido y gran país se lo merece.

Publicado en DIARIO PALENTINO el jueves 19 de mayo de 2011 

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