viernes, 6 de mayo de 2011

Dime lo que lees y te diré qué eres

Una mentirosa es lo que eres, le espetó el hombre de letras en feliz ironía a la mujer que afirmó leer determinados autores. Una buena lista de nuestras bibliotecas es la que cifra los libros que nunca hemos leído. Pero leer no da cuenta del modo de ser, acaso de nuestra permeabilidad a las modas.
Igualmente, jocoso, Woody Allen dijo saber cómo es una persona en función de su lista de la lavandería. Y una dietista sabionda ha escrito la tontería de que somos lo que comemos. El ordenado Descartes se inclinaba por el pensar como demostración de la existencia, y algunos despistados se creen que somos lo que pensamos. Hasta creen que es posible eliminar los pensamientos negativos, son los cognitivo-eliminadores, algunos de los cuales incluso se ilusionan con la idea de modificar las conductas de la gente: con un rápido vistazo a La naturaleza de los semblantes, de Jacques-Alain Miller, saldrían de dudas.

También el aserto dime de qué trabajas y te diré quién eres tiene algunos fans, creyendo equivocadamente así que el trabajo lo es todo en la vida, cuando por el contrario se sabe la extrañeza que a muchos sujetos les produce verse en determinada función laboral. Y hasta un lúdico atrevido ha llegado a solemnizar la bobada de dime a qué juegas y te diré quién eres, como si el hecho de jugar a algo tuviera más transcendencia que, por ejemplo, perder, máxima aspiración inconsciente del dubitativo ludópata.
En fin, que definir al ser por lo que se lee, por lo que se piensa, por lo que se come, por la lista de la lavandería, por el trabajo o por el juego no son sino meras aproximaciones, y en algunos casos solemnes desvaríos. Más certero a mi juicio es el clásico dime con quién andas y te diré quién eres, pues las comunidades de goce sí que anuncian las buenas pistas. Finalmente me inclino sin dudar por el somos lo que gozamos. Nuestro ser queda allí definitivamente retratado, incluso cuando se resiste a admitirlo, o cuando lucha denodadamente por evitarlo.
Nuestro modo de goce inconsciente, que no nuestro placer consciente, sí parece darnos la mejor definición de nuestro modo de ser, las constantes que han gobernado nuestra vida y nuestras decisivas elecciones. Benet cuenta en un libro esta anécdota. El secretario del ministro francés Clemenceau le dijo que le esperaba un señor con una cara horrible, a lo que éste contestaría que no lo quería recibir, «porque al llegar a cierta edad cada cual tiene culpa de la cara que lleva». Y la cara se lee.

Publicado en DIARIO PALENTINO el jueves 5 de mayo de 2011

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