viernes, 15 de abril de 2011

Delicada transición

La expresión, que alguien encontró en Víctor Hugo, define con rigor la etapa adolescente: la más delicada de las transiciones. Pero no es la única.
Se podría poner en serie el conjunto de las transiciones que nos toca vivir en nuestra vida desde que nacemos. Incluso podemos argumentar que nuestra época nos predispone a aumentar el número de cambios con respecto a esas generaciones que nacían y morían en el mismo terruño y que conocían su profesión desde la cuna porque era la misma que la de sus abuelos. Hoy, ya sabemos que hay que prepararse para cambiar varias veces de trabajo, de ciudad, y al parecer, es frecuente también conocer diversas agrupaciones familiares; incluso podemos hablar de los internados, la reclusión moderna puede empezar en el internado escolar y finalizar en la residencia de mayores.

La actualidad del paro y la crisis empuja a muchos vecinos a plantearse también si no será necesario una nueva transición en sus vidas. En esa perspectiva el gran enemigo es la tendencia al aislamiento. Y no me refiero a Lord Byron y su impactante idea de salir de casa para renovar el apetito de soledad. El parado o la fuerte víctima de la crisis puede verse seducido por atracones de soledad durante un tiempo.
Ahora bien, al igual que sucede con la adolescencia, la más frágil de todas las transiciones, que tiene el añadido de que se alarga más y más en el tiempo, de suerte que no es posible distinguir un adolescente de 13 años y uno de 29, pues ambos parecen incluso vestir igual y tener los mismos o parecidos ídolos, del mismo modo, las situaciones de crisis parecen no terminar nunca. Y una salida moderna es la errancia.
Y así la errancia de nuestros días no puebla nuestras ciudades de vagabundos, sino que el sujeto en crisis o el adolescente moderno donde se muestran errantes es frente a las pantallas, especialmente navegando sin rumbo por la Red o con un rumbo que constantemente rectifica porque nunca se sabe encontrar el puerto que se busca, que siempre aparece un poco más lejos.
Esa ventana al mundo es muy equívoca, puro lenguaje, de ahí ese atractivo para quienes no encuentran la manera de detener la significación cuando todo habla, cuando todo parece tener un significado y corre la fiebre del sentido en dirección a lo peor. Aquí nada como hacer una delicada transición del sentido al sin-sentido. Nada como evitar enfermar de querer encontrar un sentido a todo.  

Publicado en DIARIO PALENTINO el jueves 14 de abril de 2011

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