jueves, 7 de abril de 2011

Disfruta, es una orden.

Un nuevo imperativo se nos echa encima: goza. Es obligatorio. No hay ocasión en que no se desee disfrute, ya sea un viaje, una tarde libre, el ejercicio de una profesión, una práctica deportiva, o la misma relación de pareja, y desde luego toda la vida social. Atrás quedaron los encuentros de amigos para conversar a fondo, las reuniones para compartir, sin demasiadas botellas, o las horas de silencio y los reencuentros para evocar.

Incluso la vida misma se ordena sea una vida de disfrute. Obtener disfrute se ha convertido en un objetivo político hasta el punto de que se vislumbran nuevas definiciones de salud en orden al nivel y grado de felicidad alcanzado.
Un nuevo régimen de intercambio social obliga al placer perpetuo, sin percatarnos de que el empuje indiscriminado al disfrute conlleva una exigencia, una orden interna que puede ahogar otra realización del ser e impedir toda obra colectiva que implique renuncia al goce individual.
Tal es la nueva imposición que si se comprueba que los usuarios o clientes no disfrutan lo suficiente de alguna actividad, entonces hay que buscar un remedio, o hay que cambiar a los responsables porque no han entendido que su tarea no es transmitir lo que saben sino conseguir hacer disfrutar.
Un derecho al goce y un deber de gozar con lemas publicitarios que nos anuncian que nada es imposible, para todos, todo el rato. Sucumbir al displacer, aplazar el disfrute, se convierte así en algo horrendo, en perder el tiempo, en no saber vivir la vida, en no darse cuenta de lo fugaz de la vida, y los que ponen limite al goce, quienes retroceden y se toman pausas, o entienden que el disfrute total cada vacación, cada día libre, cada viaje, es un horror, y un error, entonces serán acusados de no saber disfrutar de la vida.
El festival del goce no para.
Al vecino ilustrado le corresponde apearse de este programa oculto. Sólo hay que bajarse, y aceptar la insatisfacción como parte de la vida, el displacer lo lógico tras el placer, lo incompleto como ciclo. Y aceptar los límites, lo que no va, o la belleza de lo imperfecto.
Hay que desobedecer esa orden que, procediendo de los mercaderes, se ha instalado muy dentro de nuestro ser, y ya es orden interna. Hay que impedir estas nuevas formas de segregación. Un panorama en el que cada vez más hombres y mujeres se encuentran definidos por el feliz aislamiento en su goce.  

Publicado en DIARIO PALENTINO, el jueves 7 de abril de 2011.

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