Resulta que la afición a reñir en algunos es proverbial. Algunos empezamos a estar hartos. Pues si bien entendimos que padres y maestros tenían barra libre para ejecutar en nosotros sus ideales, si bien aceptamos que de vez en cuando un médico tenía suficiente autoridad como para regañarnos en su consulta, si bien era lo suyo que desde el brigada hasta el teniente todos podían reñirnos a discreción durante ese año de servicio, en fin, no es menos cierto que eso no era nada comparado con la que se nos avecinaba. Se sabe desde tiempos inmemoriales que una mujer iba tarde o temprano a colonizarnos y a reñirnos por las mil cosas que hacemos mal los hombres, tanto en la posición de maridos como en la función estelar de probos padres de familia.
Por si fuera poco, también los amigos renuncian poco a evitarnos disgustos, y así, si nos retrasamos, o no les llamamos todo lo que se merecen, o no estamos cuando les place, u osamos tener planes alternativos a los dispuestos por ellos nos hacen merecedores de una reguñina, un castigo menor, al fin y al cabo, pero que no deja de incorporarlos a la larga lista esos personajes entrañables de nuestra vida cuyo rasgo común es formar parte de un conjunto singular, el formado por el de aquellos que pueden reñirnos.
Lo demasié ha sido que los hijos se han unido con entusiasmo a la lista. Y no se conforman con nuestras atenciones y presencia, nos riñen por nuestras ausencias.
Y el Gobierno y otros, incluidos algunos funcionarios de la estirpe de los pesados, cuando no nos riñen nos invaden con otros sinónimos y así, en un ejercicio de torsión del lenguaje nos reprenden, reconvienen, censuran, sermonean, solfean o echan un rapapolvo.
Y la Guardia Civil de Tráfico, que no sólo nos para y nos multa, sino que encima también nos riñe, o sus sinónimos...
Y los colegas, para quienes debemos disponer de más tiempo para las acciones comunes a fin de librarles a ellos. Y los asesores, que reclaman nuestros papeles con diligencia. Y la secretaria, con la mejor intención, nuestro soberano bien, claro.
A algunos también nos riñen los lectores cuando en la columna se cuela una palabra que no entienden y han tenido que gastar su precioso tiempo en ir a ver lo que significa en el Maria Moliner. En fin.
¿Alguien más quiere echar una bronquita?
Publicado en DIARIO PALENTINO, el jueves 17 de marzo de 2011.
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