domingo, 19 de diciembre de 2010

Pa'qui pa'lla

El tiempo pasa o somos nosotros los que nos paseamos ante el tiempo, pero en cualquier caso, la letra de la canción de la vida nos lleva de aquí para allá. Quizá pase deprisa la vida para quienes nos gusta vivir, y lenta para quienes comenzaron a sufrir demasiado pronto. Un final de diciembre puede permitir detenernos un instante y pensarnos.
Ocurre que vivimos entre la mujer que se fue y la que vendrá, nuestra madre y nuestra pareja, u otras, el caso es que nos pasamos la vida tratando de cerrar las heridas. Soñamos más despiertos que dormidos, razón por la cual nos juramentamos cada diciembre, como cada domingo, que cambiaremos de vida.
Tal y como no es menos cierto que nos cuesta huir del qué dirán y dejar que nos importen de verdad los que comparten nuestros días, víctimas como somos del deseo de reconocimiento.
Apasionados de la verdad en aquel remoto tiempo de la más ingenua infancia cuando no sabíamos qué era engañar, y descubrimos lo educado que resultaba mentir con elegancia, sin embargo, desde siempre intuímos que nuestro corazón pide vacaciones, que no aguanta más mentiras.
Cada quien necesita su tiempo para darse cuenta de que vale más un sueño que el dinero y de que es posible vivir de una alegría. Al menos de una. No siempre se llega a tiempo y se desperdicia la oportunidad de no morir demasiado idiotas, y ello para mayor gloria de Narciso torpe en no ver nunca a la ninfa Eco.
En unos días dejaremos atrás una década, la primera de este siglo, y de nuevo vivimos el vértigo de contemplar cómo de deprisa se pasa la vida, soñando más despiertos que dormidos, luchando para que nos importen más los que comparten nuestros días, pidiendonos vacaciones pues no aguantamos más mentiras, certificando que un sueño vale más que el dinero, viviendo entre la mujer que se fue y la que vendrá, cerrando heridas.
Yendo de aquí para allá, a veces nos fugamos de nosotros mismos y ya no sabemos quiénes somos a fuer de fisgar a los demás sin atrevernos a mirar hacia dentro. Ello nos impide coleccionar recuerdos sin ira, y pagamos los errores con despedidas. Y si cada amigo perdido es un puñal que nos aprieta, cada ocasión de un nuevo encuentro nos hace defender la alegría como una trinchera. Y más ahora, en diciembre, al final de una década, cuando podemos de nuevo proclamar que no hay nada mejor que un sueño. Y que ojalá nunca, nadie, tenga suficientes camellos para comprarnos.

Publicado en DIARIO PALENTINO, el jueves dia 16 de diciembre de 2010

No hay comentarios: