martes, 17 de agosto de 2010

El sueño del oblativo perfecto

Soñó que era un amigo para todo el mundo. Respondía a cualquier pedido, hacía regalos con cualquier excusa, estaba cuando se le necesitaba, trataba de no importunar. Era todo para el otro, para cualquier otro.

No es que fuera generoso, que lo era, sino algo de una dimensión extra. Creía ocupar el hueco, el vacío de cualquiera. Con él nadie estaba a falto de nada. En una palabra era lo que se dice un perfecto oblativo. Así, su sueño era de una lógica aplastante, siendo una suerte de aparato que se insertaba en el alma de cada uno. Este objeto-aparato tomaba muchas formas, incluso podía reducirse a una palabra, y en una escena del sueño, la más misteriosa, un simple sonido: ¡pipi!

Cuando nuestro soñante formulaba su ¡pipi! a su alrededor aparecía una estela de bienestar, todo el mundo se mostraba feliz.

Al despertar trató de encontarle un sentido a este sueño. Pensó que le gustaría tener siempre a mano lo que otros tenían, pero desechó la idea por temor a entrar en el territorio de la envidia. Buscó entonces un motivo en su deseo de ver a los demás faltos, discapacitados, sin algo, pero la sólo idea le angustiaba, ni hablar, él no podía mirar imágenes de mutilados ni despedazamientos, ni accidentes de ningún tipo, casi ni sangre. No, no era ese el sentido de su sueño de verano.

Entonces asoció tres palabras, aparato, alma, pipí. Tenían algo en común, seguro. Recordó un capítulo titulado 'Una carta de almor', y una frase del pequeño Hans, el célebre caso freudiano, 'el hacepipí'. No le gustaba el cariz que estaban tomando las asociaciones tras el sueño. Nunca le habían gustado los juegos de palabras para llegar a desentrañar el significado de sus sueños. Prefería el argumento, pero sabia que cuando las asociaciones tomaban una senda ya no se detenían. Su otro yo hablaba.

De pronto recordó una frase de su adolescencia: 'nadie hace nada por nadie', y la contrapuso al título de una peli, 'nadie conoce a nadie'. Entonces recordó el apólogo de San Martín. Un rico que da, un pobre que recibe. Una manta-capa que se parte en dos, como en el juicio de Salomón, y el que da, conserva su rango. 'Da el manto pero conserva su rango', ahí estaba una de las claves del sueño. Decidió entonces que este sueño le advertía de su error, desconocer las auténticas necesidades del prójimo: nadie necesita nada, salvo tener deseos.


Publicado en DIARIO PALENTINO el jueves 5 de agosto de 2010.


No hay comentarios: