Estos días de balance han aparecido las listas de libros más leídos o los preferidos por la crítica. Apenas encontré uno o dos de los que compré en este año que se nos muere. 'Anatomia de un instante', de Cercas, y poco más. Los escritores y los críticos tienen sus gustos, pensé, no hemos coincidido este año. Pero cuando me regalan '1001 libros que hay que leer antes de morir', de Boxall, y compruebo lo que a juicio de este autor he de leerme antes de morir, entonces definitivamente entro en coma.
En la lista de los 1001 libros, -se refieren a novelas no ensayo ni poesía-, al menos estaban algunos de mis favoritos: Vila-Matas y su 'Bartleby y compañía', Goytisolo y su 'Señas de identidad', lectura de juventud, Soseki y su 'Kokoro', Flaubert con 'La educación sentimental', y Pessoa con 'El Libro del desasosiego'. Aunque de Sándor Márai sólo eligen 'El último encuentro', de acuerdo que genial, se olvidan de 'Divorcio en Buda', una novela para comprender lo que es un sueño, su interpretación y el deseo amoroso.
En cierto modo esto de las listas de libros me recuerda aquella idea tan sugerente de ordenar las bibliotecas a partir de los libros que no hemos leído, y así, se me ocurre, se podría escribir un libro titulado 'Los libros que no hay que leer antes de morir'. En esa hipotética clasificación entrarían, para mi gusto, los del 'boom' latinoamericano, los de la mujer de Muñoz Molina, no recuerdo nunca su nombre, y los de Lucía Etxeberría, ejemplo paradigmático donde los haya de libros que prenden bien en la chimenea, a lo Montalbán y su detective.
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