lunes, 16 de noviembre de 2009

Soledades modernas


La inmensa paradoja de nuestros días la aporta la comunicación. Nunca antes hubo más y mejores medios tecnológicos para comunicarnos. Pero nunca antes se expresó con tanta fuerza la firme idea de que aumenta la incomunicación humana.

Cómo es posible que en el momento histórico en que no esperamos meses para recibir una carta o noticia, en el instante de la máxima inmediatez y sin demora, en la época de los SMS y de Twitter, justo ahora sea un clamor el sentimiento creciente de soledad, de no ser entendidos, de no estar conectados con nadie.

La soledad puede perfectamente convertirse así en la norma, y de lógicos instantes de sentir la soledad que acontecen a lo largo de una vida, se pase a un estado solidificado, a mantener con la soledad relaciones de pareja, a convertir a la soledad en el verdadero partenaire.

Y así vemos aparecer, cada vez con mayor frecuencia, relatos de sujetos posmodernos adictos a la soledad de la que como cualquier otro objeto de adicción les es problemático desembarazarse. Como el adicto cotidiano, ellos también aman a su objeto, su soledad, más que a ellos mismos.

Y así, de la soledad clásica del trabajador que desempeñaba un trabajo muy aislado hemos ido pasando a contemplar la soledad del periodista, la soledad del político, la soledad del hombre público, la soledad de la mujer rodeada de gente, la soledad del padre de familia. Y en la época de las grandes actividades de la tercera edad, o de la cuarta, la soledad del anciano es un clamor. Y en la época de los 'tuentis' y los 'mesengger', la soledad de los adolescentes tiene tintes de epidemia.

Ahora bien, lo que escandaliza de verdad es la nueva soledad moderna del niño de nuestra época. Abandonado a su suerte, aislado entre una montaña de objetos y pantallas, sin interlocutores profundos, es decir sin personas que le hablen sabiendo avengorzarle, rodeado de gentes que le dan pastillas si tiene problemas, consejos sin que les pida y órdenes seguidas de contra órdenes, el niño moderno vive una soledad inédita en la historia de la infancia.

Cuando se lee a los clásicos que relatan el modo de crianza antigua se observa una constante: se creía firmemente en lo que se tenía que decir a los niños. La quiebra del relato único produce tanto desconcierto como soledad. Pero la diversidad de relatos que explican el mundo y la multiplicación de discursos no puede despistarnos de al menos una idea fuerte: nadie puede estar solo.


Publicado en DIARIO PALENTINO, jueves 12 de noviembre de 2009

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