miércoles, 1 de julio de 2009

Reñirse

Aceptar reñirse tomándose como sujeto independiente tiene consecuencias. Si la bronca es muy grande, estamos en un escenario de tormento que puede amargar la existencia. Pero si la disculpa es continua, y la riña a uno mismo no aparece sino blanda, entonces la rectificación subjetiva será inexistente.

Reñirse es sano. Tanto como hacerlo con prudencia. Ni reñirse por todo, ni emplearse a fondo en la descalificación.

Montaigne nos mostró, una vez más, el camino. Había pintado en una viga del techo de su biblioteca una sentencia, ya básica para los estoicos tanto como lo fuera para Séneca: "A los hombres les atormentan sus opiniones sobre las cosas, no las cosas mismas".

Por ello, reñirse, a la buena manera, nos incumbe a cada uno de nosotros.

A veces he pensado que quien más riñe a los otros es quien menos se puede reñir a sí mismo. Pero cuando avanzo en este argumento me encuentro observando a diario que quien menos riñe a los otros, más suele abroncarse. De suerte que me sale una circularidad sin salida. Al final opto por situar el problema en lo benéfico del reñirse.

Ocurre que esto sucede en silencio, en el interior de la propia cogitación, en el sosiego de la almohada, en el final de cada jornada. Y que de esto apenas hablamos con nadie. Y lo peor acontece luego, cuando, injustamente, tras el reñirse, viene el suplemento más odiado: el juicio propio, la odiosa autoevaluación. Y por ahí no paso. Reñirse, de acuerdo. Pero juzgarse, ni hablar. Dejemos esto a los otros.

Una buena bronca es saludable. El tormento, injusto. Y además, improductivo, porque ensañarse con uno mismo, indefensos, sin abogado que nos represente, sólo conduce a la obtención de un goce extraño, primo hermano de la atracción melancólica.

Reñirse, entonces, bien, pero con moderación, al menos tanto como deseo de cambiar y mejorar pueda alimentar nuestro espíritu.

Sabemos, por otro lado, en qué consiste la lógica perversa, la guía del psicópata. Precisamente en autorizarse siempre a ser la excepción y encontrar de continuo una buena excusa para no reñirse nunca. Hacerlo es tanto como enfrentar la propia responsabilidad. Y estos tipos no se ven responsables de nada.  Por todo ello, reñirse no es sino encontarse del lado de los no desalmados, del lado de quien cree que rectificar es de sabios. De nuevo Montaigne: "Sé una multitud para ti mismo".

Publicado en Palencia el jueves 2 de julio de 2009.

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