martes, 7 de julio de 2009

Callarse

Aprender a callarse es toda una disciplina, se sabe. Una asignatura suspensa cada día para muchos de nosotros. A la pregunta borbónica se la puede objetar que fue un dislate, a la par que un desatino. Aprender a callarse, y no formular preguntas fuera de lugar, como nuestro regio personaje hiciera en famosa cumbre, demuestra el aserto lacaniano: uno recibe del otro su propio mensaje invertido. La pregunta iba dirigida a sí mismo. Que es en definitiva quien no sabe por qué no se calla.

Callarse es definido siempre como señal de buen hacer. Ocurre que en demasía, como sucede con el reñirse, pues tampoco. Callarse bien,  enmudecer muy mal.

Resulta entonces que al silencio productivo, que presenta efectos, como el de bien sacar de los nervios, o el de obtener algo del otro, se opone un silencio tonto, improductivo, repleto de nada, artilugio al que se agarra el soso cotidiano, el ñoño corriente y quien de verdad nunca tiene nada que decir.

Ahora bien, callarse no es morderse la lengua. Lo primero es neutro, mientras lo segundo es elocuente y activo. Mejor callarse que dar a entender que se puede decir mucho más que lo que se oculta. La neutralidad de quien ha sabido callarse mucho en la vida, es lluvia de mayo para el futuro, antítesis del 'bocazismo' o lo que es peor, rival de quien de tanto hablar, nunca dice nada.

Son muchos los ejemplos de nuestra vida social y política en los que se pone de manifiesto la imposibilidad para algunos de este callarse del que hablamos. Sólo basta salir un poco de nuestro ruidoso país para comprender el tiempo que nuestros vecinos europeos usan para cerrar la boca, en aviones y museos, junto al tiempo de nuestros paisanos en fastidiar los momentos de quietud con su no poder callar. ¿Es tan obligado que cuando varios españoles se juntan tengan que hablar y hablar sin parar? ¿Por qué no se callan? De acuerdo, la LOGSE es mucha LOGSE. Me callo. Argumento demoledor.

Finalmente, la peor de las especies es la que proclama, que "las cosas se dicen a la cara". Ni hablar. Por ahí no paso. ¡Un poco de educación por favor! ¡Hay que saber callarse!

Son sospechosas las gentes que dicen las cosas a la cara, porque desconocen la función del semblante y las máscaras con las que tenemos derecho a relacionarnos, error imperdonable para el vecino ilustrado. Y porque no saben acallarse. Error ético.


Publicado en diario palentino, EL JUEVES 9 de julio de 2009

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