miércoles, 10 de junio de 2009

Antojos


Es una bendición estar rodeado de personas con antojos. Y una calamidad vivir junto a quienes perdieron todo atisbo de deseo. Los primeros, los que anhelan algo, los que no pueden sino pedir tal o cual objeto con insistencia, pueden ser más o menos molestos, de acuerdo, pero al menos ponen las pilas a todo el que se acerca. Los segundos, los que están hastiados o no desean ya más, aburren a las amapolas. Y entristecen.

Las embarazadas acostumbran a solicitar algo, lo que sea. Y el marido corre a buscarlo. Se ha escrito sobre la función que cumplen, bien de calmar la ansiedad, bien de satisfacer un deseo como en la infancia, con una mirada de exclusividad, y también la función de poner a prueba al partenaire. Bueno. Está bien, pero creo que el asunto es otro.

Si hay antojo, entonces detrás hay un sujeto deseante. Es donde conviene mirar.

Las historias de antojos y las supersticiones subsiguientes muestran también cómo el lugar del antojo gira en torno a la mirada. Y por ende, la envidia puede rondar en la versión menos limpia del antojica.

Si extrapolamos toda esta historia de los antojos a nuestra época, quizá ante la abundancia y el estrago de tanto objeto, ante esta maraña de cosas inservibles, sea difícil encontrar la lógica del antojo. Es normal escuchar "¿de qué se quejan si tienen de todo?" Y se añade, "no le falta de nada". Ese es el problema. Que no falte.

El antojo va a acabar convirtiéndose en un suceso extraño, raro. Se tornará incomprensible que exista el antojo, o el antojica. Porque no hay amor para la falta. Es la falta la gran perjudicada en nuestra organización social. Y lo que es peor, en la acción política.

Los políticos creen que la falta sobra, que es inservible, y azuzados por los burócratas, por los administradores de la cosa, reglamentan todo, tapan todos los agujeros por donde se cuelan nuestros deseos, normativizan, inventan nuevos artilugios para que haya de todo, para que a nadie le falte de nada, para que todo se solucione. ¡Quieren solucionarnos todo! ¡En Europa! Cómo mostrar la lógica del no todo, el deseo vivo, que precisa de la falta. Y del antojo. Como buenos obsesivos pretenden que todo esté bajo control. El de ellos. ¡Qué aburrimiento! Mejor la sorpresa, mejor los antojos. 

¿Cómo hacer entender que la falta es básica para que haya circulación del deseo? San Juan de la Cruz le espetó a la monja carmelita: ¡Que no le falte la falta!

Pues eso.

Publicado en Diario Palentino, jueves 11 de junio de 2009.

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