jueves, 16 de abril de 2009

Gardel y Alberti en Palencia



 

Varios viajeros se han acercado históricamente a Palencia. De entre quienes han recorrido sus calles, destacaré a dos paseantes ilustres de nuestra ciudad: Rafael Alberti y Carlos Gardel.

La historia es conocida. Forma parte de La Arboleda Perdida, el texto de 1959 del poeta gaditano. Allí se narra el viaje a Palencia de ambos. Estamos en mayo de 1928. Rafael Alberti define así su paseo: “Nuestro recorrido por las calles de la ciudad fue estrepitoso”.

Estrépito no es un adjetivo cualquiera. Habla del ruido. Y del choque. Y eso es lo que debió de significar para ambos el encuentro con un detalle llamativo: los nombres de los propietarios de las tiendas.

Este es el párrafo princeps: «Leímos con delectación, sin poder reprimir la carcajada: "Pasamanería de Hubilibrodo González", "Café de Genciano Gómez", "Almacén de Eutimio Bustamante" y éste sobre todos "Repuestos de Cojoncio Perez". Un viaje feliz, veloz, inolvidable. Meses después, ya en Madrid, recibí una tarjeta de Gardel fechada en Buenos Aires. Me enviaba con un abrazo, sus mejores recuerdos para Cojoncio Perez. Como a mí, era lo que más le había impresionado de Palencia».

A Ortega y Gasset le había impresionado de su viaje por Palencia las gentes que habitaban en las cuevas de Dueñas, a quien en Notas, define como “un pueblo atroz”. Y a otros muchos viajeros, el paso por nuestra ciudad y pueblos les impresiona. Lo que queda grabado en su imaginario comporta un resto. Es su mirada, siempre un objeto perdido.

Es precisamente tarea nuestra posterior saber qué hacer con ese resto para tornarle fecundo. La diapositiva de nuestro pasado contiene lo que contiene, y ese reflejo no debe sino mirarse sin miedo. Aún cuando sea una anamorfosis.

El poeta García Montero construye una imagen feliz en Habitaciones separadas cuando refiere poéticamente que los espejos de hoteles son como animales de montaña, que no aceptan el trato de los hombres. Otro tanto puede decirse de los relatos de los viajeros que están unas horas de paso por nuestra ciudad querida y lo difícil que se nos hace digerir lo que nos dicen, sobre todo si tenemos demasiado idealizada a la ciudad en la que paseamos.

De igual manera visionando las litografías de Locker, de Vivian, de Jean Laurent de viajes realizados por ellos a Palencia en distintos momentos del XIX, se puede observar cómo dejan intuir una parte ineludible del gran palimpsesto en que hoy se ha convertido nuestra ciudad tras las sucesivas mutaciones y raspados de pergamino. Sobre esos dibujos puede intuirse una silueta tan mutante como inercial de una ciudad que respira el talante de aquellos nombres de propietarios de tiendas, humus sobre el que se ha edificado nuestro mundo provinciano. Cuando hoy, todo aquello de donde procedemos, insiste, reconvertido, en el peculiar modo de ser que nos habita, no podemos por más que evocar que algo de ese perfume, de ese espíritu, ha sido extraído del cartel del nombre de la tienda que tanto impresionara a un Gardel y a un Alberti, y que puede ser leído como un auténtico monumento a la síntesis de nuestro inconsciente colectivo. Santo y seña de nuestro límite.

 Publicado en DIARIO PALENTINO el jueves 16 de abril de 2009, columna "Vecinos Ilustrados".

 

 

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