miércoles, 1 de abril de 2009

El infinito viajar


Establece Claudio Magris dos distintas maneras de entender el viaje. La forma circular, donde se acaba retornando al comienzo, a la aldea natal, y la forma de línea recta, de raigambre nietzscheana, cuyo destino en tanto viaje está escrito en forma de muerte. Pienso que en ambas se confunde viajar y vivir. En esta semana, el viaje forma parte del decorado habitual de los vecinos, que aprovechan las vacaciones para el viaje.

Asociar estas fechas al viaje, nos lleva al laberinto de la memoria donde tenemos almacenados nuestros recuerdos de viajes. Con ello se ve cómo estiramos cual plastilina el viaje. Primero viajamos con la imaginación desde que soñamos el viaje. Después disfrutamos en los momentos estelares de todo viaje. Y para siempre, en la memoria, podemos recuperar las diapositivas, las fotos fijas de cada viaje. Volver a activarlas de vez en cuando viene bien para que nunca se olviden, y para que siempre estemos de viaje, pues basta cerrar los ojos.

Por eso, el viaje, lejos de permanecer reducido a un objeto más de consumo, a un elemento de marcado cariz obligatorio llegadas unas fechas, adquiere valor cuando se reflexiona lo suficiente sobre su significado. Y lo que significa para cada uno es muy diferente, incluso lo que puede ser de amado o de odiado.

Amar viajar es tan respetable como odiar el viaje. Lo que parece extraño es suponer que a todos nos gusta viajar.

Seguramente el lector de esta columna tiene en su colección de viajes, uno que destaca por encima del resto. Para bien o para mal. Cuando alguien relata un viaje, suele transitar por ese su viaje favorito, al que acude raudo a la cita en el momento de narrársele a otro. Algo de nosotros se quedó allí, en esa ciudad especial, en ese atardecer, en medio de tal o cual visión extraña. Suelo dudar en mi preferencia, y para fastidiar a quien me empujó a mirar la luz de África, me decanto por el Café Landtmann vienés allí donde sus paredes vieron platicar a un Gustav Mahler y sobre todo a un Sigmund Freud, y saber que allí se encontraba aún un camarero anciano que de niño hacía recados al fundador del psicoanálisis. Pero quizá me quede definitivamente con ese largo viaje en tren de mi adolescencia, sin más compañía que un libro y una mochila, prototipo del viaje no apremiante, del que el autor de El infinito viajar dice que es la afirmación de la persuasión, de la parada, del vagabundear.

Sea como sea, ahora que nos aprestamos un año más a viajar, o a recibir amigos que viajan a nuestra tranquila Palencia, no dejo una vez más de recordar las palabras de Magris en ese libro: no hay viaje sin que se crucen fronteras.

Quizá sea eso lo que pretendamos hacer cada vez que viajamos: cruzar fronteras políticas, lingüísticas, sociales, psicológicas...invisibles. De toda esta serie, que señala el autor, me quedo con las últimas, pues las fronteras invisibles que cruzamos cada vez que emprendemos un nuevo viaje son, al fin y al cabo, las que más permanecen en nuestra memoria, al menos las más enigmáticas.

Se publica mañana jueves 2 de abril en DIARIO PALENTINO, columna Vecinos Ilustrados. 

 

 

No hay comentarios: