jueves, 12 de marzo de 2009

Sensei


Como lector de Soseki, el japonés clásico y moderno que hoy leen los estudiantes del país nipón, supe de la existencia de su magistral Botchan, del que intenté escribir algo en esta columna, el verano pasado. Ahora, que estoy sumergido en Kokoro, una novela más reconocida del autor, me quedé pillado en la noción de sensei. Trataré de explicarme.

Al parecer es un término usado en Japón para el tratamiento debido hacia maestros, médicos, y en general, personas a las que se respeta por su saber, y se desea ponerlo de manifiesto nombrándoles sensei para dirigirse a ellos. Es lo que hace el joven protagonista de la novela. Entusiasmado por hablar con sensei, llega a decir que era «más útil lo que hablaba sensei que las clases de la universidad».

Por un lado, entonces, tenemos un trato respetuoso hacia alguien que encarna una posición de sabiduría.

Por otro lado una espera de recibir de ese Otro un saber oportuno.

Pero además, en la novela queda muy claro que ningún sensei debe ‘creérselo’, para que la cosa funcione, es decir, un sensei debería saber que es semblante, y que el lugar que ocupa no debe confundirse con su ser, que no entra en juego. Lo dice muy bien el sensei en respuesta al joven que le escucha arrobado: «Cuando te baje la fiebre, sufrirás una decepción. Yo sufro al verme tan apreciado por ti».

Ocurre que necesitaríamos de las dos clases: de jóvenes dispuestos a dirigirse con respeto a las figuras del saber de cada momento, y de sensei, que lejos de sentirse infatuados o de aclarar urbi et orbi que lo saben todo, acepten prestarse al juego de la conversación que enseña.

Estas figuras no parecen ser de nuestro momento. Parecen pertenecer a un pasado que ya nunca más va a volver. La demolición paulatina de estas figuras de Otro, capaces de mantener la atención de los más jóvenes, y de hacerse respetar sencillamente por su sabiduría, por efectos de la especial organización socio-económica que padecemos, ha llevado al momento en que a un joven de nuestro tiempo, -no todos- le atrae más un autógrafo de un jugador de balompié, o la sonrisa de una cantante, que una inteligente conversación con su médico o su maestro. ¿Dónde quedaron los alumnos atentos ante las explicaciones de su maestro? ¿En el mismo rincón de la historia en que desaparecieron los maestros que preferían la educación a la enseñanza?

Finalizado el tiempo de los grandes macrorelatos que explicaban la existencia en su conjunto, fraccionado el saber en cómodos fascículos, avanzando en la época en que el Otro no existe y sólo algunos se colocan en su lugar y se saben semblante de Otro, y sin que proliferen al menos comités de ética, despreciado el tiempo de lectura como opción preferente para el fin de semana, nos va quedando un paisaje de ciudad repleto de escaparates, una colección de universitarios que usan de las bibliotecas para estudiar en época de exámenes y poco más, y unos mayores más pendientes de sus ahorros y sus lamentos nostálgicos que de seguir estudiando.

Al menos no atisbo a imaginar cómo serán los futuros sensei, y si estarán dispuestos a prestarse a pagar con su ser, su persona y su tiempo.

Publicado en DIARIO PALENTINO, jueves 12 de marzo de 2009.  

 

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Todavía quedamos los que ahora necesitamos de la voz (y del silencio) de los sensei aunque sea porque un día, todo lo demás de esta época, dejó de colmar el vacío.

FERNANDO MARTÍN ADURIZ dijo...

Todavía quedamos los que luchamos cada día para que en un futuro haya sensei a los que agarrarse

Anónimo dijo...

Maravillosa réplica, he de decirlo.
Un saludo.