miércoles, 4 de marzo de 2009

Risa forzada



 

Están de actualidad todo tipo de terapias. En estos días recibí invitaciones para hacer cursos de danzaterapia y musicoterapia. Me parece muy bien. Declino cortésmente la invitación. Hace tiempo alguien de mi familia me informó solemnemente que comenzaba a participar en un Taller de Risoterapia. Me dio la risa, con lo cual, ya se vio el primer efecto terapéutico, esta vez en la familia del asistente a este tipo de Talleres y cursos. Pero no, gracias.

Para creerme de verdad esto ya es muy tarde. No discuto la buena fe de quienes creen en los efectos de estos artilugios, no es esa la cuestión, la del utilitarismo, la de la eficacia, no es la cuestión evaluar los efectos benéficos de todo tipo de terapias. Cada uno hace lo que puede. Además el nuevo catálogo es amplio, y siempre se puede encontrar algo a la medida del síntoma de cada uno. Más terapias, y creciendo: el uso de animales, la hidroterapia, -algo que ya pregonaba la psicopatología decimonónica-, la ludoterapia o uso del juego, el golpeo y destroce de objetos como terapia anti-estrés, y así indefinidamente se suceden nuevos y novedosos inventos que pretenden curar, o al menos terapizar, o cuanto menos hacer un poco más soportable la existencia humana. Es noble el intento. Lo que digo es que en cierto modo, y a la postre, cualquier actividad humana puede ser usada como terapia.

Siendo estudiante universitario, un buen día, un profesor muy activo nos invitó a participar en una original terapia: la gritoterapia. Un buen grupo de compañeros participó un fin de semana, en un chalet de la sierra madrileña, en esta experiencia. Volvieron el lunes todos roncos. Pero a través del rito habían expresado sus frustraciones, sus alegrías, sus sentimientos escondidos, las emociones más extrañas. Muchos se lo pasaron  bien. Pero no todos. A algunos les agitó más de la cuenta.

La pregunta es a qué responde esta proliferación y este nuevo interés por usar las actividades humanas más cotidianas como gritar o reír, para curar. La gente, ¿ha dejado de reírse? Absurdo pensarlo. 

Por otro lado, que la risa es saludable lo sabe todo el mundo, pero que pueda ser usada expresamente para curar de problemas demuestra que es un recurso que no siempre puede ser usado, o que no es natural, sino cultural y que puede ser provocado artificialmente en sesiones de terapia. Sería interesante descubrir qué hace que alguien no se ría con asiduidad.

Un clásico, Laurent Joubert, escribió en el XVI, un curioso Tratado de la risa, el más célebre tratado renacentista. Joubert era médico. Y apeló al saber médico de la época. Se pregunta en su libro si alguien se puede morir de risa, o si la risa procede del corazón o del cerebro, si la risa engorda, etc..., y polemiza entre otros con Aristóteles, quien dijo que la causa de la risa eran las cosquillas, cosa que a Joubert no le convencía. Es decir, que la cuestión tiene su miga. A Baudelaire la risa no le caía bien, era una flor del mal para él, y Voltaire fue odiado por su risa. Miller recuerda esto en El partenaire-síntoma y que lo que libera la risa no es sino la angustia ante la falta, ante el agujero, ante lo insondable, ante la muerte. Por eso el rictus es definido también como risa forzada. Convendría no olvidarlo para prevenir los efectos de forzar la risa en determinados casos, y no olvidar ni su marchamo de superioridad, ni su cercanía con el llanto.

Conocí un niño que reía y lloraba, como todos, pero sobre todo rilloraba, en feliz expresión de su madre, una mezcla muy habitual en niños más o menos desazonados, pero tras su habitual sesión de rilloro se calmaba bastante. Habrá que no publicitarlo no sea que a alguien se le ocurra un Taller de Llanto. 

Se publica en DIARIO PALENTINO, jueves 5 de marzo de 2009.

No hay comentarios: