viernes, 5 de diciembre de 2008

Ándeme yo caliente, ríase la gente. DIARIO PALENTINO. VECINOS ILUSTRADOS.


El programa individualista se clona. Atraviesa las épocas, los grupos, las familias. El deterioro de la vida de la familia extensa, ante el empuje de la familia nuclear, es una muestra. Aquí se refugia la política individualista del cálculo del ego: se eligen disfrutes de la familia nuclear, la formada por la pareja y sus pequeños objetos de goce, las mascotas en que se han convertido los niños, y se aplaza hasta que interesa, el encuentro con la familia en el sentido amplio de la extensión, la formada por abuelos, tíos, hermanos, sobrinos.

La gran familia, que permitía la convivencia de varias generaciones, ha pasado a mejor vida. Resta un pequeño reducto, un núcleo que, por momentos, a la vez se debilita para encontrar nuevas formas llamadas monoparentales. No se adivina qué vendrá después de lo monoparental. Bueno, vendrá el ‘single’. La familia reducida a uno mismo. Cuando la familia vaya de vacaciones siendo familia ‘single’, se encontrará con otras familias ‘single’, de un solo miembro, que compartirá los momentos felices del crucero de turno. Y en la cena de nochebuena, las familias ‘single’ se reunirán en torno al pavo y se cantarán a sí mismos bellas canciones de pastores ‘single’. Después se juntarán con varios ‘singles’ más y en animada charla se intercambiarán el yo, en un froti-froti, en un masaje repleto de mutuas palabras de admiración del ‘single’ con el ‘single’.

Pero prefiero al ‘single’ que a quien inventa una familia de juguete con trozos desperdigados y juega a recrear un pasado feliz, que nunca volverá, mientras aguarda al doctor alemán de Maragall, y finaliza sus días no recordando sino el olvido que propició al preferir ‘estar caliente’ disfrutando de su ocio antes que compartir, y servir.

Los odios recocidos a fuego lento impulsan el programa del cálculo yoico. Allí encaja la lógica de separarse de los familiares, que total pueden formular demandas, pueden pedir, y de hecho sólo piden. Piden amor, que por otro lado es lo que nadie tiene.

Antaño, a falta de objetos, se prestaba presencia. Los familiares se reunían en torno a la nada, o a lo sumo un brasero y una baraja de naipes. Y los familiares eran los primos, los tíos, los cuñados, los primos segundos, y hasta los vecinos. Se iba a la casa de los vecinos a felicitar las pascuas o el cumpleaños de turno: ahora los vecinos están en ‘facebook’, en el tuenti, o dando al twitter, nombres de la gran deslocalización subjetiva. Aunque algo es algo.

El utilitarismo, la búsqueda de lo útil se recrudece, y de generación en generación se transmiten dichos como el que da título a la columna hoy: no importa la gente. De igual modo se les dice a nuestros jóvenes: “tú piensa en ti”. O también, “tú primero”. Y así.

Pero hay que decir que son dichos equívocos y equivocados. Equívocos porque andar caliente es posible mientras queda gente, y sino que se lo digan a los personajes de La carretera de Corman McCarthy. Equivocados porque preferir el cálculo yoico de los intereses individuales a la risa de la gente es traspasar paso a paso la frontera de lo humano e identificarse a la máquina, aspiración deshumanizadora latente que hay que combatir sin escrúpulos. El programa individualista se enfrenta, no obstante, al programa de acción que es el altruismo, el actuar en beneficio del otro.

Cuando cubra las montañas/de blanca nieve el enero,/tenga yo lleno el brasero/de bellotas y castañas,/y quién las dulces patrañas/del Rey que rabió me cuente,/y ríase la gente. Luis de Góngora dixit. El programa individualista no es muy original. El vecino ilustrado tiene que inventar otro programa. 

 

 

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