jueves, 9 de octubre de 2008

Las bicicletas no son para esta ciudad. DIARIO PALENTINO, 9 de octubre de 2008


 

Han empezado a destrozarlas. Como en la obra teatral de Fernán Gómez, se diría que las bicicletas son para el verano, y no son para esta ciudad. Los descerebrados del fin de semana, con su dosis encima, la han tomado, al parecer, con las bicicletas recién incorporadas por el Ayuntamiento como servicio ciudadano. Muchos nos lo temíamos.

Nuestra ciudad se ha caracterizado desde que nuestra memoria alcanza por un cuidado cero por lo que es de todos. El desánimo y el pesimismo de muchos vecinos ha encontrado argumentos siempre en la constante proliferación de actos vandálicos de todo tipo, en parques y jardines, en establecimientos públicos, en cualquier elemento ornamental de tipo público. Ya sean bancos, papeleras, estatuas, o simples fachadas, siempre, -¡siempre!, que no salgan los nostálgicos a decir que antes Palencia era una ciudad sin destrozos-, siempre, siempre, hemos asistido a la infantil costumbre de horadar, agujerear, sustraer, romper lo que es de todos. Lo público.

Lo que da el tono de civismo de un colectivo es el trato que da a sus símbolos.

Se han llevado árboles recién plantados, elementos de jardines, placas, artilugios, chismes. Están en sus propiedades. Que les aproveche. Repondremos con el dinero de todos, inclusive el de ellos.

Han pintado y estropeado elementos arquitectónicos. Magnífico. Lo arreglaremos. Con el dinero de todos, inclusive el de ellos.

Creen saber por qué lo hacen: no se lo vamos a decir. Pero no es sin motivo. No es sin causa. No es romper por romper. No es molestar por molestar. Sería caer en un simplismo absurdo. No es por divertirse sin más. No es por el alcohol, pues hay quien se divierte sin más y nunca la emprende con los objetos que son de todos. Tantas décadas asistiendo al permanente espectáculo del vandalismo urbano nos recuerdan que este impulso por estropear tiene implícito el perfume de un lenguaje.

El tono de civismo de una ciudad lo da esta costumbre de destrozar. Y nos da para pensar en si de verdad somos tan incívicos en Palencia. La rabia contra estos símbolos que hoy son las bicicletas aparcadas en plena calle, un impensable para muchos, -pues ¡las cosas duran poco en nuestra ciudad!, se dice-, es una rabia a analizar.

¿Por qué tanto odio? Este lenguaje, que dura demasiadas décadas, convendría decodificarle alguna vez, interpretar el motivo de fondo por el que cíclicamente en nuestra ciudad, las cosas de todos duran tan poco a la vista de todos, por qué han de aparecer tan carentes, tan incompletas, tan deformadas, tan estropeadas, tan dejadas. Ya sea un paseo recién inaugurado, un mural, un diseño, una obra artística. Todo acaba palideciendo, arrugándose, deformándose, aguantando la embestida de unas huestes que aparecen de vez en cuando, especialmente en sus previsibles weekend, y que con nocturnidad, y algunas veces incluso a plena luz del día, cometen todo tipo de vejaciones a los objetos de uso público ante los perplejos ojos del vecino tranquilo cotidiano, perfil medio del palentino ilustrado.

Vi en Sevilla lo que llaman el “sistema SEVici” para uso y disfrute de las bicicletas públicas, y la normalidad de su uso masivo entre los vecinos, y en París, donde turistas y parisinos utilizan este tipo de bicicletas con asiduidad. Y entonces, soñé que también en mi ciudad podían existir, a la vez que temí que ese nuevo intento civilizador tocara con la agreste naturaleza del gamberro de estos lares. Dijo el poeta hace poco que Palencia podía definirse como una ciudad que no sueña. Es seguro. Pero sin embargo los palentinos siempre hemos soñado con una ciudad diferente, sin caciques, y sin descerebrados. Los primeros se fueron yendo con los nuevos semblantes. Los segundos siguen vivos.

Nos despiertan con sus voces etílicas en la madrugada de cada fin de semana. Despiertan a nuestros bebés y niños, que asustados preguntan qué pasa en la calle. Molestan a nuestros mayores que a duras penas concilian el sueño. Y por supuesto, lo que peor llevo, agreden a nuestros insomnes, tan frágiles por momentos.

Pero, nuestras bicis públicas, esas que fueron estrenadas un día de lluvia de hace sólo unas semanas, esas que no nos las toquen. Son también para el invierno.

 

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