jueves, 18 de septiembre de 2008

El cuerpo del ministro


Diario Palentino-VECINOS ILUSTRADOS- jueves 18 de septiembre de 2008



El cuerpo del ministro

 El ministro Bernat Soria ha manifestado que «sobre mi cuerpo decido yo, no la Iglesia ni ningún partido». El ministro va muy bien desorientado. Cree ser propietario de su cuerpo, ilusión que comparte con toda una ideología que alimenta los centros de poder. Corriente solidaria con el espíritu de una época que publicita el derecho al goce por encima de todo, y que hace suyo el lema del momento, Impossible is nothing.

Con su idea resuelve el viejo problema cartesiano de unir res extensa u objeto natural, cuerpo que puede estudiarse y regirse y la res cogitans o pensamiento, alma, capaz de gobernar los cuerpos. De un plumazo, seguro de contar como aliados a los cientifistas cognitivistas, soluciona el problema, y se muestra seguro de dar con el centro decisorio desde el cual gobernar el cuerpo, la glándula pineal de Descartes, el equilibrado mayorante de Piaget, la empiria de Locke, el yo sabio.

Y además resuelve la diferencia entre organismo y cuerpo. Para Soria, notable investigador en células madre, no parece haber diferencia entre uno y otro. Quizá sea demasiado pedir al ministro que no confunda cuerpo real, con cuerpo imaginario y mucho menos con cuerpo simbólico, pero sus palabras pueden ser paradigma de una época.

El ministro desconoce que el cuerpo es propiedad del Otro. Que es quien decide. El cuerpo bebe de los condicionamientos sociales y culturales de cada momento. Se alimenta de palabras, de significantes, que son su auténtica vitamina. Se transforma cada día según los delineamientos de cada momento, se ajusta a los canones de belleza imperantes. Se adorna, es objeto de escarificaciones o almacena piercing; puede servir en sí mismo de objeto de arte, en los body-art, donde el artista decide, como el ministro, sobre su cuerpo y le pinta o le maltrata, para en ocasiones darnos a ver el horror sin velo, sin semblante. No se decide, pues, sino en base a las tendencias y estilos de las vanguardias de cada siglo. Es tan propiedad del Otro social, del conjunto de los otros, que a cada uno de nosotros no nos resta sino ser meros compañeros de viaje.

Compañeros de viaje a veces muy extraños el uno del otro. Tal es a veces el divorcio que hay entre él y nosotros, que el cuerpo se nos adelanta, nos exige, nos pide o nos reclama con tal insistencia que terminamos peleándonos con él. O asistimos atónitos al espectáculo de sus evoluciones, al juego de sus disfraces, al lamento de sus insistencias. Perplejos ante sus manifestaciones más psicosomáticas, ante sus somatizaciones decimos, -¡cuántas veces en los momentos más inoportunos!-, cuando decide dejarnos afónicos, desfallecerse, temblar de miedo, o ponerse colorado sin ton ni son. Confundidos ante la imagen que proyecta ante los otros, y asombrados de las decisiones que toma sin consultarnos. Así es nuestro cuerpo. Al menos el cuerpo de los que no somos ministros de sanidad.

Porque puede que el cuerpo de un ministro hable de otro modo y obedezca fielmente a las decisiones de su amo y enferme cuando él diga, se ponga fuerte cuando se lo ordene y se acomode a sus ritmos y manías siendo atrevido o retraído a voluntad de su jefe. El de los vecinos, me da que no, y nos deja tirados cuando se le antoja.

Puede que sea un cuerpo especial el de un ministro, pero todos lo son. En Los dos cuerpos del rey, Kantorowicz, ya dejó escrito que no había que confundir el cuerpo natural del rey con el cuerpo político, invisible, y que sólo se unían en la muerte, pues Corona non moritur. El ministro quiere ser rey de su propio cuerpo en una operación de buenismo al que nos tienen acostumbrados los diez o doce últimos ministros de sanidad, del signo político que sean.

«Sobre mi cuerpo decido yo, no la Iglesia ni ningún partido» es una frase que define nuestro tiempo. El de una soberbia absoluta basada en las posibilidades que el avance de la ciencia ha aportado al hombre. En una entrevista reciente, Éric Laurent definía al cuerpo como un nuevo dios: «Hoy lo que tenemos en común no es el lazo social ni el lazo político ni el religioso, sino nuestro cuerpo, nuestra biología. Hemos transformado el cuerpo humano en un nuevo dios: el cuerpo como última esperanza de definir el bien común. A mí me parece que esto es el prototipo de las falsas creencias».

Foucault relata en “El cuerpo de los condenados” cómo el cuerpo era escenario para el castigo. Era el momento histórico en que el castigo se aplicaba sobre los cuerpos. Quizá el ministro pretendía luchar contra esa inercia histórica de castigar al pobre cuerpo que va por un lado y nosotros y nuestra voluntad, por otra. Si era así, le hemos entendido, no quiere que nuestros cuerpos sufran dolores, aprietos ni incomodidades y molestias cuando nos toque enfermar o atisbar el último viaje. Le agradecemos al señor ministro su interés.

Pero sobre nuestros cuerpos decidimos todos nosotros, el cuerpo social, y las instituciones, usos y enunciados que nos envuelven. Hay que aceptarlo.

Por último, dos preguntas. ¿Puede un niño decidir sobre su cuerpo y negarse a tomar píldoras para mejorar su atención, o ese derecho sólo es de los adultos? ¿De quién es el cuerpo de un niño?

 

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