jueves, 8 de mayo de 2008

Comités de ética (II)



Los Comités de ética se confunden con los equipos multidisciplinarios de cuidados paliativos. De acuerdo. Pero negarse a que en los comités entren sacerdotes o ciudadanos de a pie parte del dogmatismo más duro. El que piensa que sólo hay un juicio moral posible, el suyo.

La cuestión de fondo es que los nuevos dogmáticos piensan que acerca de cuestiones médico-biológico-científicas los ciudadanos de a pie, los vecinos de la ciudad, no podemos opinar y mucho menos decidir tratamientos, optar por decisiones, elegir posibilidades, discutir sobre encrucijadas, a veces vitales, puesto que parten del prejuicio de que la ciencia es aséptica, objetiva, neutral.

Olvidan que la subjetividad del científico, del médico, del político, está en juego. Especialmente si sus fantasmas personales están sin tocar, y marchan por la vida cargados con ellos, dispuestos para decidir sobre los otros. Sabemos que el especialista más cauto, más prudente, que incluso pasa por lento entre sus colegas, puede perfectamente llevar a cuestas todo el sesgo de la procrastinación, verdadero santo y seña del obsesivo cotidiano, junto a la permanente duda, la cohorte de indecisión que le atenaza y la rutina habitual de tomar la decisión en el último segundo del último minuto. A nadie se le escapa que ello tiene los efectos que tiene entre los usuarios de sus servicios. Escudarse en ese caso en los protocolos de actuación no es sino no querer ver que detrás de toda actuación está la subjetividad de los actores.

Por eso los comités de ética pueden advertir que ante decisiones vitales conviene leer los asuntos desde todos los puntos de vista y sin excluir a nadie, desde la pluralidad moral.

La salida entonces al impasse es la conversación en el seno de los Comités. Para después informar, en textos no vinculantes, no se olvide esto. Por ejemplo cuando hay que determinar a qué persona hay que dar un trasplante en primer lugar, o cómo resolver los problemas de cuidados paliativos, o cómo oponerse decididamente al encarnizamiento terapéutico. De esto tenemos las páginas más brillantes en el texto de Michel Foucault, Hay que defender la sociedad, de su Curso del Collège de France del 75-76, al referirse a la enfermedad y muerte de Franco. Allí explica el choque entre dos sistemas de poder, “el de la soberanía sobre la muerte y el de la regularización de la vida”.

Conviene no olvidar que la filosofía de la ciencia, que se dedica a estudiar los valores, usos, efectos y consecuencias de la actividad científica, más que la propia condición de cientificidad o de verdad del conocimiento, ya nos enseña que la actividad del científico nos ha de importar a todos los vecinos. Por eso, a todos los vecinos nos incumbe la polémica creada en torno a qué personas pueden o no participar en los CAE, Comités Asistenciales de Ética. El profesor de Bioética en la Escuela Andaluza de Salud Pública, Pablo Simón, ha escrito el artículo más lucido estos días, el menos contaminado por los prejuicios ideológicos de los nuevos oscurantistas, los partidarios de la ciencia a ciegas, iletrados de Heisenberg o de Feyerabend. Recuerda que los comités de ética nacen en los setenta en los USA, cuando el avance de la biotecnología médica se encontraba en medio de un abanico moral amplio y diferente. Como un modo de poner un cierto freno a la loca ciencia que no piensa en las consecuencias sociales, morales, emocionales sino en la falsabilidad como diría Popper, en el éxito del método experimental. Y recuerda dos requisitos para entrar a formar parte de dichos Comités, “no ejercer ninguna forma de violencia para imponer su punto de vista, sino argumentar desde el respeto a los demás”, y, segundo requisito, “reconocer a todos los demás como interlocutores válidos en condiciones de simetría moral”.

Ética versus ciencia, cuando ésta desconoce lo esencial de la subjetividad humana y sus laberintos en los tiempos de cambio. Comités de ética para la época de la fragmentación de los saberes y la multiplicidad de los relatos. Por ello nunca fue más recomendable volver a leer un gran texto editado en 2005, el libro titulado El Otro que no existe y sus comités de ética, de Jacques-Alain Miller y Éric Laurent. Buena lectura.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Política+ciencia+ética= normalización.