viernes, 1 de febrero de 2008

El fanatismo de la cifra


La idea de que los números tienen una significación escondida y que determinado número significa no sé qué, y que incluso hay que evitar la pronunciación de alguno de ellos, es una vieja idea que se hunde en el pozo oscuro de los tiempos más amantes de la superstición. Que incluso haya adoradores de algunos números se explica. Pero que exista este auténtico fanatismo por las cifras, por lo cuantificable, por llevarlo todo al terreno de la cifra en una sociedad cada día más contable no puede evitar nuestra crítica y el uso de esta expresión, fanatismo de la cifra, para desnudar ese intento de pensar que todo puede ser medible, evaluable, cuantificable.

Sarkozy quiere evaluar a sus ministros, en una deriva de infantilización de la política que exigiría en buena lógica el que nos planteemos la pregunta de quién va a evaluar a los evaluadores. Y después lo coherente será saber quién va a evaluar a los evaluadores de los evaluadores.

Entrar a la inteligencia de la cosa, penetrar en los misterios y los enigmas de lo humano, de la vida social, del pensamiento y el lenguaje, parece no poder hacerse sin cifras. Un porcentaje excita, mientras que un argumento bloquea, y los powerpoint avasallan con sus tormentas de cifras. Los programas electorales con sus ofertas de estos días llenas de cifras aparcarán las ideas, haciendo irreconocible el pensamiento subyacente, y reducirán la política a la gestión y administración de las cosas. El resultadismo aburre a las amapolas y se carga la belleza de los espectáculos deportivos. El número de libros vendidos por un autor atrae y empuja a leer como si en la cifra de sus ventas encontráramos la calidez literaria. Y así.

Tendremos que descifrar este nuevo fanatismo de la cifra. E impedir que obnubile el recital de la cifra frente a la lógica de la argumentación, y lo que es peor, frente a lo singular. La lucha contra el fanatismo de la cifra es el intento de no objetivar todo hasta el punto de eliminar la subjetividad, porque con la muerte de la subjetividad quien muere es el sujeto, y acabamos convertidos todos en ciudadanos-cifra. Es el primer paso, o uno más, para hacer de todos nosotros hombres sin atributos, como en la novela de Musil.

En París, intelectuales como Bernard-Henri Lévy, Philippe Sollers, Claude Milner aglutinados por Jacques-Alain Miller se movilizan para hacer ver lo que se puede producir si se impone esta ideología de la cuantificación, este nuevo fanatismo de la cifra.

El intento de capturar el sentido en el lenguaje choca con la evidencia de que siempre hay fuga de sentido, porque el lenguaje siempre tiene un agujero, y por ello todos los discursos tienen fuga. Desde luego que el colmo del sentido es el enigma. Creer que el número, la cifra, va a detener la fuga de sentido, va a proporcionarnos la solución a todo, sólo va a conducirnos al ridículo, a adorar las nuevas supersticiones.

Lee Yi-yang, ministro del Interior en Taiwán acaba de confirmar que quienes tengan en su DNI más de dos cuatros, podrán legalmente pedir un nuevo número. Y en lo sucesivo el gobierno taiwanés ha tomado la decisión de no sacar más DNI con una cifra que contenga más de un cuatro. No, no, el lector ha leído bien. ¿La razón? No se puede ni imaginar. Como Bartleby, el escribiente de la novela de Melville, preferiría no hacerlo, no tener que contar al lector la razón por la cual en Taipei, los ciudadanos no serán obligados a portar un documento nacional de identidad con más de un cuatro en la cifra. Continuará.

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