jueves, 24 de enero de 2008

Los ‘cibermaleducados’


Al parecer en Japón no se permiten las conversaciones por teléfono móvil en el transporte público. La ‘ciberbuenaeducación’ consiste entonces, en hacer un uso educado de las nuevas teconologías de la comunicación. El término ‘cibermaleducado’ entonces se aplicaría a quien bien por desconocimiento, bien porque es así en todo momento, se salta el principio general de no molestar, de cuidar al otro.

Un comentario de un lector: «Es algo tremendo el viajar con la obligación de soportar las conversaciones ajenas, las cuales además se mantienen en un tono de voz inusitadamente alto. ¿Por qué gritan? ¿Porque el interlocutor está lejos? Es una lástima ya que adoraba viajar en tren y por primera vez estoy pensando en adquirir un coche que no necesito». Algo similar empiezan a contar otros muchos, tras un primer momento de cierta ignorancia en que todos nos hemos incorporado a este nuevo mundo.

La nueva cortesía telefónica y cibernética desde luego empieza a incluir un catálogo más amplio, como el buen tono de los escritos en la Red, del uso de las copias ocultas en el envío de mail, el adecuado empleo de las mayúsculas que tienen la connotación de grito…

El teléfono móvil es sin duda un nuevo panóptico y cumple el sueño de Bentham de vigilar a distancia, pero también es una máquina que mal usada, puede molestar y ser un signo de mala educación.

Las nuevas reglas de urbanidad ahora pasan por elementos como éste. De poco sirve recordar a las nuevas generaciones cómo usar el sombrero y en qué espacios, puesto que no se usan sombreros con la frecuencia de antaño, u otras sugerencias que podemos leer en antiguos tratados como el de Reglas de urbanidad para señoritas (1859), que me ha regalado mi amigo Luis Ángel. Aunque no vendría mal que tuviéramos en cuenta lo que en ese tratado se señala, como principio general: «se debe evitar todo cuanto pueda disgustar a los demás».

¿Es correcto entonces emplear el móvil en los lugares públicos y obligar a los demás a escuchar alegremente nuestras conversaciones? Cada lector tendrá su respuesta. Por lo que a mí respecta, se me hace especialmente molesta la invasión que supone escuchar en un tren largas conversaciones de mis acompañantes desconocidos. Primero porque me impiden leer, y eso es mucho impedimento. Pero segundo, porque me obligan a entrar en su intimidad, en el laberinto de sus cuitas, cuando no en la narración exhaustiva de la última operación quirúrgica y sus vicisitudes: cuando empieza a salpicar la sangre, es el momento de decir ¡basta! y levantarse.

O inhibidores de señal o medidas a la japonesa.


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