jueves, 17 de enero de 2008

Deseo de dormir



Se sabe lo que cuesta despertar. Lo que hemos de oponernos al profundo deseo de dormir, deseo mayor para Freud. Cada uno sabe, aunque no conozca, el precio que ha tenido que pagar a fin de abandonar su comodidad de bebé, de autista, de aislado mundo interno, de refugio, de reclusión, para abrirse al mundo exterior, para salir al mundo, para despertar. Pues bien, las sociedades del bienestar de nuestra época, nos conducen a nuevas formas de letargo.

Y es que el letargo, Lacan dixit, es el estado vital más natural. Tal es así, que cíclicamente comprobamos el estado de atonía, de encefalograma plano a que son llevadas las gentes. La rutinización, la repetición monocorde de hábitos, el aburrimiento generalizado, se acompañan en la historia de momentos de brillantez, de excitación, de invención y creación.

Hay zonas del mundo en que no ganan para sustos, pero no es nuestro caso. Las sociedades posmodernas llevan al sujeto de la modernidad al hastío cotidiano, en un acompañamiento paralelo a ese individual deseo de dormir que nos persigue a todos.

Unamuno ya se preguntaba cómo inocular una locura cualquiera en estas pobres muchedumbres que pacen, aman, se reproducen y mueren. Era su peculiar manera de llamar a la acción, al despertar, y lo hacía en el Prólogo de su Vida de Don Quijote y Sancho, es decir, no en un texto cualquiera.

El artista actual busca de igual modo la provocación, un pitido estridente, que produzca el sobresalto, el despertar.

Breton se quejaba amargamente de que ya nada escandalizaba, que ni el surrealismo era suficiente para agitar el confort de las masas.

El intelectual de nuestro tiempo no logra movilizar entusiasmos, preocupado como está de cultivar su propio jardín.

Los más mayores buscan su paz, su sueño perpetuo, su paz perpetua kantiana, el ejemplo de la monocorde costumbre de recorrer tan sólo su aldea de Königsberg.

Los jóvenes buscan su finde, objetivo final para los más, horizonte inmediato para la inmensa mayoría, escándalo para la minoría de jóvenes que no desean dormir y quieren vivir despiertos a la vez que contribuir a ‘tocar diana’ sin esperar a que pasen las burras de leche.

Ante este estado de cosas es normal que los cronistas más lúcidos se hagan de cruces ante la espiral de tristezas, desánimos, depresiones. Y la precariedad del vínculo social que por doquier da muestras la suma de los individualismos que nos rodean. “Dan ganas de quedarse en casa”, “apetece meterse en la cama”, es el resultado final a que llega el vecino cuando el panorama le empuja a hacer como todos, no meterse en líos, y seguir durmiendo.

Muchos son los nombres de este seguir durmiendo: seguir idiotizados los absurdos programas televisivos que persiguen esa somnolencia para nada que no sea el consumo de objetos; seguir contribuyendo a la producción de objetos bizarros aptos para el consumo, como trabajadores, como empresarios, como intermediarios, pero con el cinismo de quien sabe de sobra que… eso no es; administrando el malestar bajo el manto de los servicios sociales o de los servicios de orden público a fin de que no se desborden las cosas; no queriendo, en definitiva, saber nada de los agrupamientos sociales pues perturban la paz del durmiente.

Cada uno en su casa, es donde mejor se está, se llega a decir, como si no fuera seguro que ese no haya de ser a la larga el mayor peligro que nos espera: el atroz aislamiento del goce individual, la ausencia de lazo social y unas sociedades sin pulso, entregadas a ese deseo mayor que es el deseo de dormir.


No hay comentarios: