jueves, 13 de diciembre de 2007

Urgencias subjetivas



Leemos en este rotativo la noticia que da cuenta del problema de las urgencias médicas. Se dice: un nuevo lugar creado en la ciudad para atender urgencias es saturado nuevamente. Mi apuesta es que cuantos más nuevos lugares se creen más urgencias se colapsarán. Eso funciona paradójicamente como el mercado, ley de oferta y demanda.

Porque el problema es ubicar dónde esta lo urgente.

Decir, como se recoge en la noticia, que el problema es debido al poco criterio de los pacientes es ver sólo la parte superficial del problema. Es urgente para el interesado. Y punto. De la lista de los que no tienen criterio exceptuemos al pícaro, al listillo que se cuela, al cómodo, y al pesado, que hoy no pienso defenderles–. Para el resto, para quienes de buena fe acuden al servicio de urgencias, la cuestión es encontrar quién y qué decide acudir a un servicio de urgencias, y por ello, la puesta en marcha en algunos lugares de centros de urgencia subjetiva nos da la buena pista.

Se sabe que muchos de los problemas que acuden a ser explorados en urgencias pertenecen no al campo de la objetividad sino al de la pura subjetividad. ¿Eso les hace menos nobles?

Sabemos que no. Que cuando el cuerpo parece a punto de fragmentarse, que cuando se siente un dolor difuso e indefinido, que cuando ‘duele todo’ y ‘nada’ a la vez, que cuando se siente angustia, que cuando se tiene el temor de que algo puede pasar, entonces, el interesado –o un familiar, asunto del que algún día convendría hablar– acude a urgencias transportando su cuerpo e intentando situar en algún punto la causa de sus padecimientos. El famoso ‘no tiene nada’, o el socorrido ‘lo que tiene puede esperar, no es urgente’ suele ser entonces habitual. No tiene nada objetivo, no tiene nada que aparezca en una lista.

Pero ¿y la subjetividad? ¿Quién la atiende? Incluso cuando estamos ante los fenómenos hipocondríacos que se suelen encarar muy mal. O cuando a resultas de la vida líquida de nuestras sociedades se ha perdido la brújula que otorga un lugar que orienta, y a la angustia le suceden sus versiones, el vértigo, el pánico, el temor intenso.

Y desde luego, también la función que cumple ese Otro que es el médico, su mirada, su mera presencia, su simple escucha del lamento, de la queja, función que se demanda a veces cuando no se trata sino de una simple revisión, que podría perfectamente esperar a la consulta normal, pero que a lo que se ve, muchos vecinos necesitados de esa figura simbólica en sus vidas no pueden aplazar al día y hora asignado con normalidad. Por eso no es problema de poco criterio de los pacientes, sino de un exceso de criterio subjetivo, que por lo general se suele despreciar, se suele ignorar, cuando no masacrar directamente con alguna sustancia. No siendo sino el efecto placebo responsable de no pocas curaciones.

Al ‘no tengo nada’ se le opone, ‘yo sé que tengo algo’, y como ocurre que la medicina defensiva tiende a imponerse ante la presión del público, ante la judicialización de casi todo, entonces se entra en un circuito infernal, y sin solución. Y con el desánimo de los profesionales, desbordados, y con las iras de los pacientes, que por supuesto, no se sienten reconocidos. Se da entonces la paradoja de que las salas de urgencias quedan repletas y lo urgente se desdibuja, con el agravante de que lo objetivamente urgente se resiente, y el peligro de no atender la urgencia vital. No es tampoco una oposición de lo ‘mental’ a lo ‘físico’, adscribiendo la solución a uno u otro, despachando la cuestión, tapando el agujero, la falta, con nuevos profesionales, con oposiciones, trienios, moscosos y demás soluciones tan caras al burócrata. Es un asunto demasiado sutil como para dejárselo en sus manos. Más profesionales, más servicios de urgencias, y tendremos nuevos colapsos.

¿Hace falta recordar que el organismo del ser humano que tiene su silencioso, o ruidoso, funcionamiento, no se debe confundir con el cuerpo, con el lenguaje del cuerpo? No importa quién empezó el circuito, pero ambos, organismo y cuerpo, acaban comunicándose, y lo que no era real sino imaginario se invierte y lo que empezó siendo imaginario acaba constituyéndose como problema real. Eso lo sabe todo el mundo aunque no lo pueda explicar.

Es por eso que algunos hospitales han incorporado el significante Urgencia subjetiva. Y atienden todo el espectro de padecimientos que no son susceptibles de ser abordados con el instrumental clínico objetivo.

Malestares corporales que no aparecen en los protocolos, en las exploraciones, ni en las clasificaciones, porque son, justamente, del orden de lo inclasificable. Y urgentes para el sujeto.


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