jueves, 20 de diciembre de 2007

El libro deleitante


En los libros busco solamente deleitarme con una honesta ocupación. Es Montaigne quien habla así, en sus Ensayos. Franqueado el tiempo en que los libros eran un instrumento para conseguir algo práctico, el encuentro con los libros para la búsqueda de deleite parece que empieza a considerarse, sobre todo a la vista de los problemas de nuestros escolares.

Acaba de salir una nueva edición de Los Ensayos de Michel de Montaigne (1533-1592). Esta vez siguiendo el hilo de su fille d’alliance, Marie de Gournay. Encerrado en la biblioteca de su castillo, leyendo y escribiendo, el autor, a quien Gide nombraba como el Goethe francés, pensaba sin certezas y se hacía acompañar de los clásicos a quienes cita en cada línea.

Pues bien, tras los primeros días de deleite saboreando esta edición, encontré un artículo de un novelista español de éxito que trabajó de extra en una peli rodada en Palencia, artículo que ha titulado "El libro ilimitado". Allí define su ser: «soy lo que he leído», confiesa. Desde luego me parece mejor que «soy lo que pienso» y no digamos de la barbaridad que se ha escuchado recientemente, esa de «soy lo que como». Reducir el ser a la comida o al pensamiento es empequeñecernos mucho, haciéndonos a todos o bien anoréxicos o bien cognitivistas, pero decir que nuestro ser, que nuestro modo de ser, finaliza moldeado por las lecturas que nos han acompañado en nuestra vida es acercarse más a la inteligencia de la cuestión.

El bedel de Plenilunio empieza a estar entonado aunque sigue disparando a todo el que se mueve sin comprender el trasunto. No es achacable a los agentes educativos el déficit lector de nuestros escolares, principalmente porque ellos mismos, los responsables, tampoco son mayoritariamente grandes lectores, y hacen lo que pueden con el escaso tiempo que tienen para leer. Me parece más bien que el debate es preguntarnos qué es leer y si una lectura atenta del mundo interesa -los libros han cambiado el mundo lentamente- a los efectos de nuestra organización socioeconómica. Hay que preguntarse si queremos menos ignorantes y más buenos lectores o si es más productiva la actual 'cultureta' generalizada en el imperio de la mansedumbre. ¿No es más cognitivamente correcto transmitir conocimientos evaluables que sabiduría pura y dura?

Pero en ese artículo de "El libro ilimitado" se narra con deleite -y con maestría, las cosas como son-, el encuentro con el objeto-libro: «En el escaparate de la librería distingo con expectación impaciente el libro que vengo buscando. Verlo me da tanta felicidad como descubrir en un escaparate de la infancia la cubierta en colores de una novela de Julio Verne. Son Los Ensayos de Montaigne…Muy pronto el gozo de las manos se añade al de la mirada: sopeso el volumen, paso los dedos por su tapa tan sólida, lo abro y rozo las páginas con las yemas de los dedos y al hacerlo percibo un olor exquisito de papel y de tinta». Me ha parecido la perfecta descripción que sentimos quienes amamos los libros y a quienes les debemos buena parte de nuestro deleite presente y futuro y el armazón de nuestro modo de ser.

Frente al libro deleto que fue en su día Los Ensayos, -figuró en el Index Expurgatorius-, el libro deleita porque atraviesa los siglos y sigue incólume al servicio de las Luces. ¿Qué otra cosa se le puede pedir a un libro sino que nos deleite a la vez que nos ayuda a morir un poco menos ignorantes?

«A decir verdad el reconocimiento de la ignorancia es una de las más hermosas y seguras pruebas de juicio que encuentro». Montaigne dixit.

No hay comentarios: