viernes, 21 de diciembre de 2007

TEXTO de ÉRIC LAURENT sobre LA FELICIDAD


Accesible en http://www.elp-debates.com/
aconsejo vivamente la lectura de este texto. He resumido lo que considero más decisivo del mismo, pero el lector de este BLOG puede acudir a la web de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis y leerlo por completo.

El siglo XVIII hizo de la felicidad un objeto político. Así, en Inglaterra, Mandeville, con su fábula de la abejas demostró que los vicios privados de la Aristocracia contribuían a la felicidad publica. La felicidad privada tenía una función económica: vicio privado, beneficio público. Al contrario, en Francia, Saint-Just planteaba que la felicidad era algo nuevo en Europa, y sostenía que sólo la virtud privada podría contribuir a la felicidad pública. Hasta que la báscula de la revolución en el Terror marcó el impasse del hombre del deseo tal como lo concibió la Ilustración. Fue Freud el que permitió retomar las aporías de la Razón sosteniendo que la razón es una razón libidinal, criticando todo universal del Bien y mostrando la aporía de la búsqueda del placer que abre las puertas al más allá del placer. No hay un hedonismo apacible para el psicoanálisis.
Es el avance de la biología en el siglo XX y XXI el que va a tener consecuencias decisivas para la
biopolítica moderna. Se franquea entonces un paso decisivo con el anuncio del descubrimiento de
una nueva ciencia: la ciencia de la felicidad.
Parece esta una contribución decisiva a la política de las emociones tan vibrante en el nuevo espacio público.
Es Lord Layard, reformador social -director del Centre for Economic Performance at the London School of Economics, quien junto con Lord Davies y Anthony Giddens, convierten la London School en un laboratorio del new labour de Tony Blair- el que hace este anuncio en un libro publicado en 2005. Layard se hace conocer primero, proponiendo nuevas políticas de empleo donde se apunta a estímulos tanto positivos como negativos para reintegrar a los desamparados al trabajo y así sacarlos de la lista de beneficiarios del sistema. Su propuesta se concreta en flexibilizar los salarios y trabajar más tiempo. Esto conduce a la deconstrucción del estado del bienestar en nombre de una nueva definición de la felicidad.

Esta ciencia de la felicidad se basa en la economía como búsqueda de una medida adecuada de
la actividad humana. Pero la medida nunca es la buena, por lo que se requiere mantener la
conversación en forma permanente. Después de la Gran Depresión se comenzó a usar el PIB para medir la riqueza de los países. Pasado el momento de recuperación de la producción, se constató que este no es una medida ideal ya que no incluye, por ejemplo, lo que una economía contamina y no sólo lo que produce, caso de China en este momento...

[...] Pero, ¿cómo se introduce la medida de la felicidad? Es por el cruce de dos corrientes: por un lado, la psicosociología, que busca medir la felicidad desde el final de la segunda guerra mundial en Estados Unidos. La guerra fue el momento de aceptación de las técnicas de psicología social en los EEUU en principio en el ejército. Desde 1945, el censo en los EEUU incluye una pregunta sobre el sentimiento de felicidad con encuestas de tres casillas donde las respuestas son: muy, moderado o poco feliz. Esto se extiende a Europa en 1974 estableciéndose un índice de la felicidad en el cual se incluye a toda la población. Se constata que este índice no se modifica cuando mejora al doble o al triple el PIB, como en Japón, estableciéndose alrededor de los 1.200 euros la unidad de medida a partir de la cual permanece estable. La deducción que hace Layard es que la riqueza no hace la felicidad y que tampoco el welfare modifica el índice. De otro lado, la psicosociología se cruza con un cierto uso de los resultados de las neurociencias. Layard se apoya en los resultados de un laboratorio de la Universidad de Madison-Wisconsin que empezó por estudiar desde hace 25 años el efecto de los antidepresivos sobre las imágenes del cortex. Extienden su investigación a las imágenes que puedan tener un efecto positivo o un efecto depresivo. Actualmente se muestra al sujeto una imagen de un bebé feliz y se ve que es el córtex prefrontal derecho el que se activa y que lo hace el izquierdo cuando la imagen mostrada es la de un bebé monstruoso. Esto les permite deducir que hay una separación entre el pensamiento positivo y el negativo, rechazando la idea de continuidad, -como piensa el psicoanálisis-, entre el placer y el más allá del placer. ¡No! –dicen-, son cosas distintas.
También se comprueba, gracias a un investigador Richard Davidson -de la Universidad de Madison, Wisconsin- que la meditación budista tiene efectos en el córtex pues aumenta la actividad del derecho y baja la del izquierdo, controlando mejor sus emociones a través de la amígdala. Sería una técnica del futuro ya que permitiría controlar las emociones. Este experimento mostraría que es posible una separación -a nivel del cerebro- entre la felicidad y el malestar. Hay que notar que el método de medición está sostenido en imágenes, es decir, en lo imaginario, y es parecido al cognitivismo emocional de Antonio Damasio quien hace una cartografía cerebral de la alegría.
Con estos métodos lo que se pretende es borrar cualquier variación individual de lo que pueda
significar ser feliz o estar alegre o desdichado. Al suprimir las variaciones, Layard puede sostener que descubrió una nueva ciencia porque tiene un objeto constituido, objetivable. Ya sabe que, a partir de un cuestionario, se va a afectar el córtex del sujeto, es decir, que hay coincidencia entre la declaración y el estado cerebral y, por lo tanto, con un cuestionario sencillo puede objetivar la felicidad de los sujetos con la certeza de una ciencia.
El problema es que este índice de felicidad no reacciona con las variaciones de la riqueza, ni con
todos los cambios que se han producido en la cultura en los últimos 50 años. ¿Por qué hacer de un índice, -que se comporta con una indiferencia tan grande a lo que varía-, una guía para las
políticas públicas? Es extraño. Si la palabra alegría es objetivable, ¿cómo explicar las variaciones
de lo qué es la alegría a través de las civilizaciones?
Esta indiferencia produce efectos perversos en la cultura, como lo que sucede en Bután primer
estado donde se adoptó el índice de la felicidad como guía de la política, justificando así el
desplazamiento de la población de origen Nepalí para mejorar la felicidad de los Butanis de
origen.
Más cercano, Robert Putnam de Harvard, profesor de public policy quien se hizo famoso con su libro “Bowling alone”. Él constata en su más reciente estudio, y a pesar de su progresismo, que lo que mantiene la calidad del lazo social es la homogeneidad de una comunidad. La consecuencia de esto es que para mantener la calidad del lazo social habría que homogeneizar; reforzando de este modo el fracaso del melting pot norteamericano.
Por lo tanto: ¿hay que favorecer este índice de la felicidad y sus políticas?

[...] Habría que entrar en diálogo con los partidarios de la política de la felicidad ya que al aplastar las dimensiones subjetivas bajo el concepto de felicidad, ignoran las paradojas de la razón libidinal freudiana. El placer, su más allá, el empuje superyoico al goce y el deseo como deseo de otra cosa, son cada vez dimensiones distintas que entran en conflicto y que cuando quedan bajo el significante-amo “felicidad” se pierde el rumbo, se pierde la complejidad de esta intrincación.
[...] Como los deprimidos así tratados podrían regresar a trabajar, lo que se gastaría en este Servicio Nacional de Felicidad, se ahorraría el más de trabajo de los sujetos tratados y el menos de beneficios del emparo. Para atender a toda la población haría falta doblar el número de psicólogos clínicos y de psiquiatras. ¡Gran alegría de estos en Inglaterra! Claro que el problema es pasar de las medidas de laboratorio tipo Davidson o Damasio a toda la población. Se han construido dos centros en Inglaterra para investigar esta propuesta con tratamientos protocolizados y con medidas computarizadas. Por el momento lo publicado en revistas especializadas como Mental Health en diciembre de 2006 no justifican esta utopía.
[...] Nuestra política del psicoanálisis es convencer a nuestro partenaire, que es la civilización en la que estamos, que uno por uno podemos proponer una regulación o proponer en nuestros trabajos testimoniar de cómo en condiciones subjetivas precarias, de sujetos que no tienen la misma vinculación con el relato edípico o con la posición paterna, que incluye familias que no están en la felicidad, que tienen esta precariedad simbólica; podemos testimoniar cómo en los casos que fueron presentados, cómo sujetos muy frágiles, con identificaciones muy lábiles, pueden encontrar en un tratamiento de orientación psicoanalítica una forma de regulación del empuje al goce, de la paradoja hedonística que hace conectar el placer y el más allá de los efectos adictivos de los goces propuestos en nuestro espacio permisivo. Esto no se hace con incentivos autoritarios, ni sin tomar en cuenta los efectos mortíferos de dejar a un sujeto abandonado a su goce. Podemos dar cuenta caso por caso, pero podemos dar un paso más y ver cómo podemos transmitir esto pero de manera más vectorializada, siempre uno por uno, no con instrumentos de evaluación que acortan toda historia posible, -tipo cognitivo conductual-, pero sí a nuestra manera, proporcionar instrumentos más vectorializadores que nos permitan ser amables, no seductores, a la mirada de nuestro partenaire del siglo XXI, el estado actual de nuestra civilización.

Otros artículos interesantes del mismo autor pueden hallarse en el BLOG de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, de la que es Delegado General.

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