jueves, 29 de marzo de 2007

Las decisiones



Grandes o pequeñas, las decisiones nos traen de cabeza. Primero la pre-decisión, después el momento de decidir y por último la post-decisión. Hasta tal punto de que a veces dimitimos, y dejamos que sea otro el que lo haga. Y por otro lado, hasta el punto de que hay quien decide por nosotros.

Carmen Couceiro recordaba, en una conferencia que dictó recientemente, a un personaje de novela, don José, fruto de la imaginación de Saramago, quien sostenía que las decisiones nos deciden.

Es decir, que hay un misterio en torno a la paternidad de la decisión.

A nivel social y político, no se sabe muchas veces quién es el padre de la criaturita, que además se suele esconder cuando vienen mal dadas. O lo que es peor, busca, antes que dar la cara, rodearse de una comisión. Cuando se quiere que sean otros quienes carguen con el mochuelo o cuando se pretende no asumir las responsabilidades debidas a un cargo, se constituye una comisión, y un colectivo brumoso es quien decide. Otra formulita de moda es el informe técnico, y detrás de los técnicos se esconden algunos ‘valientes’ hombres de la cosa pública que tendrán una excusa para evitar decir ‘yo’. Tiembla la mano a la hora de decidir, en un horror al acto. Una deriva propia de estos fenómenos son los sucesivos aplazamientos, para desesperación de los vecinos. Frente a la seguridad que da la figura de un responsable, vivimos una época en la que, si bien se reclama la emergencia de responsables políticos que se ocupen de la toma de decisiones, lo que aparece es una disolución del responsable que decide, y que asume el coste de esas sus decisiones, que responde de las que toma.

A nivel individual, el problema tiene un nombre. Eduardo Punset acaba de percatarse en pleno siglo XXI del descubrimiento freudiano: las decisiones son inconscientes, y así, en su exitoso libro, El alma está en el cerebro, uno de los más vendidos en estos meses en España, ha dedicado un capítulo, que ha titulado “Pensamiento consciente y decisiones inconscientes”, a dar vueltas en torno a los autores auténticos de nuestras decisiones, con un resultado desigual, pues no acaba de percatarse de que el cerebro no es el centro del ser humano, cometiendo el mismo error que Descartes cuando decía que el alma se hallaba en la glándula pineal. Es divertido conocer que Diderot, el enciclopedista, que había estudiado todo sobre las localizaciones del alma en el cuerpo, presenta los casos de labriegos que perdiendo parte del cerebro no pierden la razón, e incluso cómo, dice él, sin glándula pineal un hombre seguía vivo. Más bien, a mi juicio, atinaremos si sostenemos que lejos de ser una cuestión patrimonio de nuestro proceso cognitivo, es un central asunto de nuestra subjetividad, del sujeto del inconsciente, de nuestro íntimo Otro, que es quien decide, y no nuestro ‘yo’.

Por supuesto, no conocemos sus delineamientos, sus razones, sus laberintos…las decisiones nos deciden. Sólo a posteriori, podemos ver un poco de luz, y captar el trasfondo que alimentó la decisión, lo acertado o no de la misma, y las consecuencias que han tenido en los momentos esenciales de nuestra vida.

Lo más divertido de todo este asunto es comprobar cómo nadie nos libramos del hecho de decidir, debido a los juegos del lenguaje, pues, aún en el caso en que no decidamos, eso mismo ya es una toma de decisión.


©DIARIO PALENTINO, publicado el 29 de marzo de 2007

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