jueves, 5 de abril de 2007

El señor Elidio




Un jueves Santo me es imposible no hablarles del señor Elidio. Así, al menos, era conocido en la Cofradía de la Vera Cruz. Así le nombraban todos, señor Elidio, pues era un veterano de los desfiles y los Cabildos de Tabla. Pero el jueves Santo era su día preferido, sobre todo en su vejez cuando se hacía acompañar de sus nietos para la procesión, y la posterior limonada. Un vecino, palentino de adopción, de Villarramiel de nacimiento, chacho.

Y es que, chacho, haber nacido en el pueblo de Herramel, imprime carácter. Es nada más y nada menos que haber nacido en el pueblo del fuero excepcional, cuyo privilegio ha sido transmitido generación tras generación bajo la forma de un carácter, o si se quiere de un temperamento, a la altura de la exigencia permanente del privilegio de extraterritorialidad. Sostener ser la excepción lleva a ubicarse en una posición particular respecto a la ley y las normas. Si a estos rasgos, generales, de un grupo social, le sumamos la singularidad de la sorna y la retranca perpetua, nos hallamos ante el señor Elidio tal como era, tal como algunos le conocimos.

No es entonces de extrañar que el resto de sus compañeros de trabajo y de sus amigos cofrades de tantos años tuvieran su particular ‘mote’, al estilo de lo que aprendiera en su pueblo. Nada raro pues que de su peculiar vocabulario salieran nombres como el de Julián-que-tienes-madre, todo seguido, para identificar a alguien. Como albañil jubilado guardaba grandes amigos, compañeros de trabajo, muchos de los cuales, habían entrado a formar parte de la Cofradía en los años cuarenta y cincuenta, mientras que otros eran fieles colegas de los porroncillos de “La palentina”, cuando “La palentina” no era el elegante bar de la calle Marqués de Albaida que es ahora, sino una bodega con unas mesas donde los habituales se tomaban su porrón, con o sin partida, y se liaban su cigarro con ese tabaco de liar, de olor inconfundible. Una bodega, como tantas y tantas, reducto de un siglo XIX, que se puede rastrear en la mejor literatura, y que servía para que los trabajadores se repusieran a diario de las inclemencias del feroz trabajo y que postergaba el encuentro con la parentela que aguardaba en casa. “Los vikingos”, podía ser otro de sus paraísos, o “La Navarra”.

El señor Elidio, había viajado a Madrid, en tiempos de la República, junto a otros compañeros para solicitar a Largo Caballero mejoras salariales y mejores condiciones de trabajo. Viaje, ¡a pie! Así como lo leen, a pie. He visto las fotos, y le escuché el relato varias veces. Por lo que pudiera pensarse que no era de extrañar su preparación para las largas procesiones de la Semana Santa palentina, o que cuando su hijo mayor enfermaba, se viniera a buscar el médico a Palencia desde Villafrades de Campos, cuarenta y tres kilómetros.

Setenta años después de haber nacido, su universo eran sus nietos, y su único lugar habitable. Pues, por un lado, su pueblo natal, era como La Pampa, lejano e inhóspito. Sus alrededores, objeto de mofa, en especial cuando cantaba el soniquete de: “entre Capillas y Boada se apostaron una noche para matar un ratón, no lo pudieron matar, llamaron a Villalón, y Villalón como es tan bruto, lo mangó en medio minuto”. Sus hijicos, magníficos, y su mujer, una santa, pero sobre todo, sus nietos y el julepe, lo eran todo para él, hasta el punto de fabricar un lema, que era su mejor definición sintomática: “no contéis conmigo para nada”.

Cada Jueves Santo, la preparación del farol con la vela, el chisquero, la enseñanza a los nietos del arte de los nudos de los cordones de la túnica, el caperucho con las gomas listas para evitar daños, -un imposible en el caso de algún nieto cabezón-, todo ello, eso sí, preparado con mimo por su hija y su mujer, -cuando no se perdía algún traje de cofrade y había cisco-, daba la atmósfera de lo que acontecía en la casona de Marqués de Albaida.

El blanco en el Cantamañanas, contribuía a dar cuenta de la alegría reinante ese día, y era un rito más a mediados de los sesenta, en aquella Palencia que hacía del fervor religioso y del silencio por las calles, la mejor muestra de la sobriedad castellana.

El señor Elidio contribuyó con su espíritu, junto a tantos otros vecinos de la ciudad, al logro de la Semana Santa palentina, y al interés turístico que suscita entrado el XXI.

©DIARIO PALENTINO, publicado el jueves 5 de abril de 2007.


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