domingo, 11 de marzo de 2007

¿Desea Vd. ser evaluado?




¿Desea Vd. ser evaluado? Ese es el título de un libro que resume la revuelta de los intelectuales franceses contra el furor evaluador que recorre diversas estancias. En estos días en nuestra ciudad los vecinos más jóvenes se examinan de las más diversas cosas, lo que nos sirve para pedir una vez más una reflexión acerca del sentido de tanto afán evaluador.

Una idea de Milner y de Miller, los dos autores de ese libro, es la referida a la epistemología de la evaluación. Afirman que el evaluador trata de apoderarse del saber del otro. Por supuesto, esa es la coartada. Se trata de una situación que se disfraza de benigna: oye muchacho, dime lo que sabes. Y todo el mundo está de acuerdo en que es bueno demostrar que se sabe. Pero a poco que se mire por debajo, se ve que en ese compartir lo que se sabe entre el evaluador y el evaluado, lo que está velado, es un intento de apropiación con fines clasificatorios. Porque detrás de toda evaluación, no nos olvidemos hay una clasificación: unos son los primeros y por supuesto hay un último.

Y detrás de la evaluación, y de la clasificación, por supuesto, la segregación. Es decir, que se ve la política de reparto que esconde la evaluación, preparada para que otros personajes que son los verdaderos amos de los evaluadores, juzguen.

Ese juicio es lo que atenaza a muchos, en el síntoma de la hoja en blanco en el examen -¡se me olvidó todo!-, de la mirada del Otro, e impide el éxito en el momento clave.

Es una pesadez ese furor evaluador. Todo el mundo quiere evaluar a todo el mundo. ¿Qué tal voy? Bien. ¿Necesito mejorar? Seguro. ¿Progreso adecuadamente? Por supuesto.

Se evalúa todo. Lo que sabemos de matemáticas, si, de acuerdo, hay que dejarse evaluar si se está en bachillerato. Pero también se evalúa cómo va la pareja: cariño, lo nuestro, ¿cómo va? ‘Un ocho, necesitamos mejorar’. Se evalúa el coche: a la ITV todos por decreto cada año. Se evalúa la empresa: entró la fiebre de la calidad, tan cara al neurótico obsesivo, eso, la calidad, y el fantasma de la limpieza imposible por detrás (empiezan limpiando su casa, y acaban limpiando la patria). Se evalúan las fiestas, los puestos de trabajo.

Se evalúan los programas, las actitudes, los hábitos, la inteligencia, la salud, todo.

Unos evalúan a los otros. Y mientras tanto no se vive, pensando en cómo me estarán evaluando los demás.

Se evalúa al nacer con el APGAR, y se evalúa la vida al hacer eso que llaman, balance final, en donde justificar la existencia es el enfermo precio que pagan los más neuróticos.

¿Cómo luchar contra este furor evaluador? Porque, ¿desea usted ser evaluado?

©DIARIO PALENTINO, publicado el 1 de junio de 2006.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Ah¡, Descartes y el método, chicos malos, pero a los poderes no les queda otra que reducir todo a la forma mas simple, no pueden actuar fácilmente sobre formas complejas, imaginemos manejar un PC actuando directamente sobre los circuitos integrados y los chips, sin contar con teclado y pantalla, los resultados serian penosos.

¿Seriamos mas felices sin encuestas, sin estudios de mercado, sin títulos académicos, sin clases sociales, sin hinchadas, sin partidos políticos?, seguramente, pero al final, la evaluación importante es la que nos hacemos nosotros mismos, donde tenemos de evaluadores a nuestra parte mas critica y dura y nuestra parte mas comprensiva, (esto me recuerda el símbolo del amo por excelencia, a la vez justo y misericordioso) y esa evaluación no nos simplifica ni nos adscribe a un solo epígrafe, al revés, nos hace únicos, nos dota de un espectro de colores particular que contiene muchos matices e intensidades.

En la evaluación del Otro, apareceremos como verdes azules ó amarillos, nunca reflejará toda la banda de color, lastima.
(Para el Otro, por supuesto, el se lo pierde, ja, ja)