domingo, 28 de enero de 2007

Don Felipe y Don Asperidio



De la tensión entre lo local y lo global se pueden extraer muchas lecciones. Apostar por la aldea y no mirar más allá tiene sus limitaciones; navegar en el sentimiento oceánico y la dispersión planetaria puede ser aún más limitado. La solución del canadiense Marshall McLuhan fue el término aldea global, viniendo a decir -mucho antes de la existencia de Internet- que el mundo podría ser como un pueblo gracias a las comunicaciones electrónicas. Por otra parte el territorio puede ser exclusivamente la mirada. Desde dónde se quiere ser mirado es muy importante para saberse encontrar a gusto en todos los sitios, no sólo en el propio pueblo; igualmente estar en permanente viaje o pretender siempre ser el desconocido del siguiente tiene sus lecturas y sus interpretaciones. Y ser como Kant, sin salir nunca de Könisberg, su única calle Mayor, también proporciona mucha literatura.

Hölderlin en su poema Retorno a la Tierra Natal muestra el placer subsiguiente al encuentro con los parientes, pero Heidegger al analizar ese poema dirá que «no es una poesía sobre el retorno a la tierra natal, sino que la elegía es el retorno mismo a la tierra natal». Mirar lo local, interesarse por lo cercano, no impide asomarse al mundo.

Echar una mirada al vecindario, a sus calles, a sus problemas, al latir de la gente en la ciudad es lo que hicieron emblemáticamente dos personajes radiofónicos en la Palencia de finales de los años 50. Su existencia pudo ser tan fantasmal como la del Arco del Mercado, pero que fueran personajes teatrales fruto de la imaginación de un ilustre creador, Juan del Carrión -Gonzalo Martín Santos-, no les quitaba existencia. El Programa de La Voz de Palencia se llamaba "Bajo los soportales". Aún hoy Don Asperidio, vecino ilustrado, se pasea por la ciudad camuflado de Don Elidio, éste casi abuelo, mirando con ojos críticos las obras de nuestra ciudad: mirando un territorio que ha mutado como por efecto de un gen. Algunas ciudades no se transforman en siglos y eso las hace bellas, otras cambian tanto que son irreconocibles.

En esa tensión entre localismo y globalización, si nos damos cuenta, todo el mundo desea al hacer turismo, conocer, visitar el centro de las ciudades, el centro histórico se dice. Y dentro del centro, el centro del centro. Es decir, se busca denodadamente lo que podríamos llamar el ombligo de la ciudad.

Pues bien, a ese lugar apuntaban Don Felipe y Don Asperidio. Si se leen sus guiones se ve el intento de tocar ese ombligo, los puntos neurálgicos de un vecindario, el punto de capitón, lo esencial; lo que por otra parte daría la versión auténtica. Y lo hacían a través de la falla, de la falta, de lo que no marchaba, de los agujeros por donde se iba la imagen ideal de una ciudad, lo que demostraba que no había lo perfecto, que había socavones, -charcos en la Calle Mayor-, o como decían en un programa de 1955, la circunvalación de entonces, la avenida de Casado del Alisal, era «una pista de carreras automovilística», o el tema de crítica que se repetía programa tras programa: la falta de luz en las calles y en los barrios.

Don Felipe y Don Asperidio eran la voz de la mirada a lo local, a los parientes, a la tierra natal, el pulso de la actualidad más cercana. Un ejemplo de los diálogos de Don Felipe y Don Asperidio era su queja acerca de lo caro que eran los cines en agosto de 1956 a propósito de los carteles de los comercios palentinos que rezaban: «Los artículos que se venden en este establecimiento tienen el precio de primero de agosto de 1956». Para la época y su contexto, demostraban haber leído a Montaigne: «La prudencia tiene sus excesos y necesita tanta moderación como la locura».

La metáfora Hölderlin indica que su intuición de que junto al abandono de las seguridades tradicionales se sumaría la perplejidad de las respuestas modernas, no era una intuición falsa. Es el punto central de nuestra época. Cómo aunar la necesidad de no desconocer nuestra historia sin por ello permanecer anclados en la nostalgia. Cómo orientarnos en nuestra época ante la ausencia de certidumbres absolutas. Cómo compaginar el terruño e Internet. Cómo no recurrir a la idea romántica de la ley del corazón, que desconoce la existencia del otro y sus razones.

Como dirían nuestros dos vecinos ilustrados de hoy, Don Felipe y Don Asperidio, al comienzo del siglo XXI sigue faltando la luz en la ciudad, ahora otras nuevas luces, que nos permitan comprender el mundo sin renunciar a vivir nuestra ciudad.

©DIARIO PALENTINO, columna Vecinos Ilustrados, publicado el 19 de febrero de 2004.

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