miércoles, 24 de enero de 2007

ALBANO DE JUAN



ALBANO DE JUAN


Cirujano en hospitales de Palencia, quizá muchos de los lectores de esta columna hayan sentido en sus carnes la acción del bisturí del Dr. Albano de Juan. De igual forma que los muchos años de ejercicio profesional de la medicina le avalan para ganarse la fama de excelente facultativo, su simpatía asimismo, es legendaria entre quienes han tenido la suerte de tratarle. Y ahora, los vecinos ilustrados, tienen la oportunidad de conocer cómo disecciona lugares de la memoria colectiva de nuestra ciudad, de nuestro pasado: acaba de publicar un libro que entiendo como un acto de generosidad de un médico atento al latir de la gente, de un médico-ciudadano, categoría de la que han salido siempre los mejores.

Los médicos de la otra orilla, viene a dar la razón a toda una corriente en el estudio y la investigación psicológica de los procesos de memoria. Mientras que la corriente de un Ebbinghaus se afanaba en considerar a la memoria como una copia literal, pioneros en el estudio de la memoria como Barlett, y su estupendo Remembering, ya definen a la memoria como memoria social, histórica, colectiva. Aún para los primeros, que tienen muchos seguidores ingenuos, creen que tener memoria es ser una fotocopiadora. Pero si bien es cierto que sin memoria hay vida vegetativa -un tal Badeley acuñó esa frase afortunada-, faltaría delimitar a qué llamamos memoria. Si creemos que el asociacionismo simple explica los procesos de memoria no entenderemos nada: ni en qué consiste el olvido, ni cómo y de qué manera, usando qué telediarios se torna posible manipular la memoria de un colectivo humano. Sin embargo, Ebbinghaus, es más sutil de lo que aparece en los libros de texto, y por ejemplo, cree en la memoria inconsciente, según él, «puesto que sus efectos persisten aunque no lo sepamos».

Permítame el lector esta pequeña digresión, pues, para hablar del libro de Albano de Juan. Pero es que juzgo que sólo pensando la memoria desde una perspectiva social y no individual, es como se puede entender el esfuerzo de recuperación de datos, de situaciones, de hechos acaecidos hace setenta años, que realiza el autor de Los médicos de la otra orilla.

No es un libro que merezca pasar desapercibido. Lo peor es el silencio cuando un vecino de nuestra ciudad realiza un esfuerzo ingente como el que se intuye en este libro, y lo pone al servicio de la opinión pública ilustrada, la que lee. Es más, es recomendable su lectura a los bachilleres como libro introductorio a la época convulsa que abarca los años 1936-1945. En él está todo: la atmósfera, los previos, la psicología de unas gentes, los médicos entregados a las causas justas; los odios, las rivalidades, y lo que se desata en el interior de un ser humano, cuando lo que lo ata, lo anuda, la civilización, los límites, las regulaciones morales, saltan por los aires empujados por lo parte más temible de los seres humanos: la afición hegeliana por destruir al otro.

Borges, en su excelente Funes el memorioso, nos presenta a un sujeto incapaz de olvidar nada, mientras que la película Memento, sin embargo, nos habla de alguien que no recuerda nada de lo inmediato por lo que ha de inscribirse en su propio cuerpo las cifras y los nombres que olvida a los pocos minutos. Los sujetos, como los colectivos, precisan encontrar un término medio entre lo olvidable y lo inolvidable. Está, entonces, lo que debe olvidarse, y lo que en modo alguno puede ser olvidado. Me he preguntado últimamente cuál es la razón del afluir de libros sobre esa época histórica española. Desconozco si mis respuestas son las adecuadas, pero tengo una versión. Creo que en los setenta se hubo de hacer un ejercicio de olvido colectivo con un propósito político y sociológico. Esta acción tenía una lógica que el paso del tiempo desvanece, y estamos ante un nuevo tiempo, que requiere una nueva lógica implacable: no tiene sentido que permanezcan olvidados episodios de la historia del siglo XX en España salvo que se pretenda apostar por la ignorancia frente a las luces. En este caso, fue llamativo para mí, leer una carta al director, publicada en EL PAÍS, por una joven de dieciocho años, palentina, estudiante de bachillerato, quejándose de la falta de información de los libros de texto sobre lo acontecido durante el franquismo. Que toda una sociedad, quiera seguir sin querer saber, es una política del avestruz, la política contraria a la que sigue el Dr. De Juan con su libro. Ha encarado la historia como el cirujano que es. Y ha sacado a la luz lo peor de los comportamientos inciviles junto a su deseo de dar voz a quien ya no puede hablar, justo a tiempo. El libro me ha recordado lo que publiqué hace un año en esta columna contado por el testimonio de Juan Espinosa, quien a sus 86 años, hablaba por vez primera con alguien de su paso por campos de concentración.

El problema de olvidar siempre es el mismo: aprendimos con Freud que lo reprimido retorna. Olvidar no funciona porque la red significante que es el lenguaje, en su amplia extensión, red en la que vivimos, hace que cualquier significante se conecte y active la larga sombra de lo olvidado. Cuando Gracián habla de saber olvidar en El arte de la prudencia se dirige más a los “funes memoriosos” que a la salud colectiva de los grupos humanos.

Hay que leer Los médicos de la otra orilla, y después, pedir al Dr. Albano de Juan, que mientras sigue operando en su quirófano, continúe ofreciéndonos nuevas muestras de su saber historiar y contar: los bachilleres lo esperan.

©DIARIO PALENTINO. Publicado en la columna VECINOS ILUSTRADOS el 16 de marzo de 2006.



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