Columna de DIARIO PALENTINO del jueves 14 de mayo de 2020
La noción de personalidad se
confunde con otros conceptos como el de carácter o temperamento. Asimismo se
exige desde la cuna tener una “propia” personalidad, se señala a quien “no
tiene personalidad”, o a quien porta doble personalidad. También se habla de
personas que son personalidades y
de otras que tienen personalidad múltiple.
Un lío. Un gran despiste para el
gran público y para demasiados psicólogos que partieron de Catell: personalidad
es lo previsible que hacen las personas en situaciones concretas. Mejor es partir
de Lévi-Strauss (“El yo es detestable”) y de Lacan (“La personalidad total, la
unidad unificadora, una mentira escandalosa”), como enseñara Vicente Palomera
en De la personalidad al nudo del síntoma (Gredos, 2012), sentenciando
que el error de toda la psicología es, precisamente, que al tomar la persona
o el yo como sujeto, al hacer de la personalidad una sustancia, asimila de modo
imaginario lo simbólico y lo real: el orden simbólico y el individuo en tanto
elemento numérico de un conjunto. Incluso cuando parte de Machado y de su Juan
de Mairena para recordar que Abel Martín creía en lo otro, en la
esencial heterogeneidad del ser, en la incurable otredad que padece
lo uno.
La personalidad es una máscara.
Un engaño. La mentira necesaria para salir a la calle, para presentarse en
sociedad. Quitar esa máscara es encontrarse con otra y con otra. Por eso
fortalecer el yo, afirmar la potencia de ese trampantojo es estéril, por más
que el entrenador psicológico quiera convencer a su cliente de que debe
“confiar en sí mismo” y “afirmar su personalidad”. Lamentables desorientaciones
que obtienen individuos aún más infatuados. Aunque con todo y con eso lo peor
de lo peor llegó históricamente con el culto a la personalidad del
líder.
A esa inflación del yo nos
conduce todo en nuestra vida socio-económica de culto al individualismo, a la
marca personal, al narcisismo generalizado, a las astucias incansables del yo,
a ese yo que se habla a sí mismo en la vida interior con marcado acento de aburrimiento
repetitivo.
Simplemente la personalidad cumple una
función. Permite las coartadas. Punto.
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