martes, 23 de enero de 2018

Marcelino, poeta maestro

Marcelino, poeta maestro

            Estoy con Gonzalo Ortega, periodista de esta casa, con que falta la edición de una buena antología de las obras de Marcelino García Velasco, poeta palentino, poeta reconocido, poeta ayer homenajeado por toda la ciudad, poeta que porta también un alma de maestro de escuela, aunque podemos ver su bibliografía estos días en la Biblioteca Pública.
            Recuerdo su encuentro con Gamoneda el año pasado en una actividad organizada por el Ateneo. Se pusieron a hablar entre sí tras finalizar el acto, aunque el Premio Cervantes ya le había lanzado un par de guiños elogiosos en su intervención. Y en ese diálogo entre dos poetas, al que asistí estupefacto, me di cuenta de que el tono de admiración era mutuo, y que dos poetas de ochenta años hablaban del pasado sin nostalgia. ¡Esa vitalidad de poetas de largo recorrido! Como esos versos de Gamoneda de Arden las perdidas: «Vas hacia lo invisible/ y sabes que es real lo que no existe./ Retienes vagamente tus causas y tus sueños».
            Dijo ayer Marcelino en sus palabras finales de agradecimiento que «en el hombre todo es infancia», referencia a Rilke. Ahí comprendí esa doble alma de poeta y de maestro que las palabras escuchadas en el homenaje ponían de manifiesto. Escuchábamos a alguien que había sido toda su vida ambas cosas, y además que seguía ejerciendo su magisterio de poeta de otros poeta, (que el partido continúa).
Si en el hombre todo es infancia, si el niño que llevamos dentro no muere nunca, en parte se lo debemos a los poetas, quienes de manera más bella traducen esa verdad, y nos recuerdan esa herida luminosa. Con palabras de Machado: «Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla».

Nadie como un poeta que ha pasado su vida entre niños, para representar mejor esas dos dimensiones. «Maestro de escuela a las horas debidas, y a las no debidas, poeta», son sus palabras, que reproduce Rafael Martínez en el libro homenaje de la Institución Tello Téllez, Razón de mi presencia. Doble vida que no es tal, sino el ejercicio de un sabio desdoblamiento, largamente bien atendido. Para beneficio de un ciudad que ha rendido homenaje a un poeta. Que se sepa.

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