Amparo Pajares, interiorista
He
dudado en el apelativo de Amparo Pajares, empresaria palentina, diseñadora
amable, proyectista soñadora, amiga de mucha gente. Creo que decir interiorista permite más juego del
lenguaje, a lo Wittgenstein, pues por un lado nos sitúa ante alguien que
imagina el interior del hábitat del otro, pero también ante alguien que sabe traspasar
la superficialidad del contacto exterior.
No es posible vivir sin exterioridad. Eso se llama
semblante. Nadie puede dejar de actuar, de representarse ante el mundo, de
presentarse cual personaje de una novela, la de su vida. Y quien pretende
levantar todos los velos y ver qué hay detrás del semblante, se topa con una máscara
tras otra. Cuando se pretende trasparencia y acceder a la última verdad de la
verdad de la verdad, se produce un baile metonímico infinito. Se sabe que la ausencia
de filtro y de respeto a los semblantes produce los mayores desastres. Mejor
siempre respeto al semblante de cada actor en el mundo.
No es posible vivir sin interioridad. Se llama tener
vida interior. Paul Auster escribió un libro genial hace cuatro o cinco años, Informe del interior, en el que da
cuenta de lo acontecido en su interior durante su infancia y adolescencia. Pues
eso, que ese informe, escrito para sus lectores en el caso de Auster, pero al
menos escrito para alguien, es lo que saben hacer algunas personas que con
delicadeza saben traspasar las fronteras de la vida exterior y apelar a esa
vida interior.
Es el caso de nuestra vecina ilustrada de hoy, que
combina esa faceta de organizadora de interiores, de objetos y sus colores, tamaños
y formas, con sus respectivos mensajes ocultos, y en la mezcla con la luz
construye un interior que va parejo a una satisfacción…interior.
Quienes como Amparo Pajares estudiaron Arte, historia
del arte, suelen ser más sensibles y receptivos a la hora de entender cuándo se
está ante una obra de arte, ante ese misterio. Pero no todos lo traducen, en la
práctica, en proyectos que hagan más bella nuestra existencia junto a esos
objetos que nos miran. Y aún son menos quienes comprenden que no hay adorno que
supla la vida interior.
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