Cuando Roberto L.
Stevenson escribe sobre viajes (Viajar,
ensayos sobre viajes, recopilación reciente) dice que «no está dispuesto a justificar sus placeres». Esa rotunda
afirmación justifica que como amantes del viaje, ante todo amemos viajar por
viajar.
Stevenson había pedido una
simple información para recorrer la costa inglesa paseando y le habían
desanimado de ir por determinado sendero, argumentando que allí no había nada
que ver. Pero al gran viajero le da lo mismo un sol monótono, que «la contienda de los elementos sobre el Mont
Blanc», y aprovecha para alertar de esa «vieja mentira, trillada y cansina» de que en determinado sitio “no
hay nada que ver”.
Claudio Magris en El infinito viajar afirma que hay dos
tipos de libros que un viajero puede llevar consigo: «los escritos por autores que expresan el genius loci, que lee para comprender mejor la realidad
desconocida en la que se adentra, y los escritos por autores llegados desde
lejos sabiendo poco, como él mismo, sobre aquellos lugares y que lee para
comprender cómo los miraron otros por primera vez».
Por consiguiente, formar
parte de una comitiva viajera que camina al unísono, y mira “lo que hay que
ver”, y en los lugares acostumbrados, lleva consigo la pérdida del placer de
viajar por viajar.
El viaje en sociedad nos
acerca al gregarismo, y aunque fomenta el lazo social, también la experiencia
dice que rompe el lazo de amistad y es una dura prueba para el lazo de pareja,
pues se diría que el discurso de los acompañantes rompe la magia del viaje. Tengo
para mí que en demasiadas ocasiones viaje
y grupo social son un oxímoron. O al
menos, si se viaja en grupo ha de aceptarse una pérdida del placer de viajar
por viajar. Es seguro que los grandes viajes los hicieron solitarios. Me viene
a la memoria el de Jesús Torbado en los setenta por Tierra de Campos
castellanos, glosado en su legendario libro Tierra
mal bautizada, cuando a pie y con mochila recorre los pueblos de nuestra
tierra.
Después de haber narrado
sus viajes como periodista, como mochilero, como reportero de guerra, al final
de su libro La aventura de viajar, Javier
Reverte escribe que los jóvenes periodistas le preguntan a menudo ¿cuál ha sido
el mejor de sus viajes? Entonces el escritor contesta: «El mejor de los viajes es el próximo».
Viajar por viajar es tanto
como decir viajar por placer, a sabiendas de que el mejor viaje siempre está
por llegar.
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