Es automático el
resorte por el que basta que algo sea prohibido, para que produzca el efecto
inmediato de ser deseado. Asimismo sabido es cómo se localiza el deseo en
algunos casos: mediante la argucia de traspasarlo a alguien para que lo enuncie
como prohibido.
Prohibamos algo y lo
haremos atractivo y apetitoso. Digamos a unos niños que se detengan ante determinada
puerta, y sabremos que tarde o temprano se aprestarán a franquearla; algunos
productos del mercado si los ponemos de precio prohibitivo, estimularán el
deseo de mucha gente; formulemos un rotundo “¡con ese no vayas!”, y obtendremos
un deseo aún más potente; permitamos leer todos los libros de nuestra
biblioteca, y prohibamos sólo uno de todos ellos, y sabremos cuál será el elegido,
tarde o temprano.
Lo evanescente y fluctuante
del deseo, requiere, por un tiempo, que otro lo porte, bien para identificarnos, bien para hacérselo
sostener como prohibido, caso en el que pongo la lupa para pensar en las
paradojas de nuestro ser deseante. Además, la extendida afición a cargarse los
deseos de los otros, tanto como el gusto por prohibirles a los demás que tengan
deseos, hablará entonces del temor propio a los deseos sorpresivos, del intento
de domesticación del deseo, siempre al borde de la transgresión, real o
imaginaria.
Desde luego que lo
ético es desear, y desde luego que una vida carente de deseo no es vida. Pero
estará el lector conmigo en que no todos los deseos pueden ser llevados a cabo.
Muchos de nuestros deseos, afortunadamente, jamás van a ser posibles. A cuánta
gente se le oye decir que deseó trabajar en otro oficio, vivir con otra persona,
haber estudiado una carrera, vivir en otra ciudad, y si no han podido realizar
esos deseos se ha debido a que alguien se lo impidió. Lo que ignoran es que el
principal obstáculo para que un deseo no se realice parte de uno mismo, de sus
ignotos temores, de sus dudas, de sus vacilaciones y desautorizaciones.
Ahora bien,
decididamente hay que prohibir, (incluso a veces hasta conviene colocar el
cartel de “prohibido prohibir”, cual mayo del 68), y esa misma prohibición
ordena el marco en el que se puede desear.
Mi opinión es que hay
tres deseos que no sólo no hay que prohibir, sino que hay que alentar. El deseo
de tener un deseo que sea propio. El deseo de ir hasta el final a saber lo que
realmente se desea. El deseo de saber si se quiere de verdad lo que en el fondo
se desea.
Publicado en DIARIO PALENTINO el jueves 3 de marzo de 2016.
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