jueves, 3 de marzo de 2016

Deseos prohibidos


            Es automático el resorte por el que basta que algo sea prohibido, para que produzca el efecto inmediato de ser deseado. Asimismo sabido es cómo se localiza el deseo en algunos casos: mediante la argucia de traspasarlo a alguien para que lo enuncie como prohibido.
            Prohibamos algo y lo haremos atractivo y apetitoso. Digamos a unos niños que se detengan ante determinada puerta, y sabremos que tarde o temprano se aprestarán a franquearla; algunos productos del mercado si los ponemos de precio prohibitivo, estimularán el deseo de mucha gente; formulemos un rotundo “¡con ese no vayas!”, y obtendremos un deseo aún más potente; permitamos leer todos los libros de nuestra biblioteca, y prohibamos sólo uno de todos ellos, y sabremos cuál será el elegido, tarde o temprano.
            Lo evanescente y fluctuante del deseo, requiere, por un tiempo, que otro lo porte,  bien para identificarnos, bien para hacérselo sostener como prohibido, caso en el que pongo la lupa para pensar en las paradojas de nuestro ser deseante. Además, la extendida afición a cargarse los deseos de los otros, tanto como el gusto por prohibirles a los demás que tengan deseos, hablará entonces del temor propio a los deseos sorpresivos, del intento de domesticación del deseo, siempre al borde de la transgresión, real o imaginaria.  
            Desde luego que lo ético es desear, y desde luego que una vida carente de deseo no es vida. Pero estará el lector conmigo en que no todos los deseos pueden ser llevados a cabo. Muchos de nuestros deseos, afortunadamente, jamás van a ser posibles. A cuánta gente se le oye decir que deseó trabajar en otro oficio, vivir con otra persona, haber estudiado una carrera, vivir en otra ciudad, y si no han podido realizar esos deseos se ha debido a que alguien se lo impidió. Lo que ignoran es que el principal obstáculo para que un deseo no se realice parte de uno mismo, de sus ignotos temores, de sus dudas, de sus vacilaciones y desautorizaciones.
            Ahora bien, decididamente hay que prohibir, (incluso a veces hasta conviene colocar el cartel de “prohibido prohibir”, cual mayo del 68), y esa misma prohibición ordena el marco en el que se puede desear.

            Mi opinión es que hay tres deseos que no sólo no hay que prohibir, sino que hay que alentar. El deseo de tener un deseo que sea propio. El deseo de ir hasta el final a saber lo que realmente se desea. El deseo de saber si se quiere de verdad lo que en el fondo se desea.
Publicado en DIARIO PALENTINO el jueves 3 de marzo de 2016.

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