jueves, 18 de febrero de 2016

Elogio de la mentira


            Qué sería de nosotros si no pudiéramos mentir, tal y como les sucede a los locos, a los niños infans, y a otros sujetos muy especiales, quienes no aprendieron la necesidad social de la mentira y sus subrogados (trampantojos, huellas falsas, simulación mendaz, silencios cómplices, fingir que se finge). La verdad causa muchos destrozos a los enamorados de la verdad, incapaces de comprender que se puede morir en sus brazos, ahogados en miel. Cuando surge ese stendhaliano coup de foudre con la verdad, se inaugura aislamiento social. Por eso, con sujetos excesivamente enfermos de la verdad, mejor persuadirlos de que reserven para sus adentros la verdad, que ensayen bien decir, y que se piensen el cómo, cuándo, a quién, para qué, y por qué mentir con elegancia, y no a lo burdo.
            Mentira piadosa, verdad mentirosa, simulación mendaz, lo cierto es que la mentira merece un elogio. Sigo en esto a mi querido Elogio de la mentira (2006), de Ignacio Mendiola, con quien estoy de acuerdo en que junto a la condena más firme de la mentira como arma para usar ventaja y perjudicar al de al lado, se alza la paradoja de que «es lícito admitir que sin la mentira la vida misma se tornaría inhóspita».
            Presentaré este viernes una conferencia que imparte Fernando Colina: “La mentira y el autoengaño”. Pues bien, el psiquiatra y escritor, en su ejemplar Sobre la locura, (2013), define la mentira como “instrumento imprescindible”, a efectos de la locura, para sentenciar que «llamamos psicótico a quien no puede mentir, a quien no logra establecer una diferencia clara entre el pensamiento íntimo y su discurso articulado».
            Muchas han sido las maneras de elogiar a la mentira. Ibsen, el dramaturgo, hace decir a dos personajes de El pato salvaje, (1885), que hay que mantener en los enfermos la «mentira salvadora»; Michel Foucault trata en su libro El pensamiento del afuera, (1966), la paradoja del cretense Epiménides: “Todos los cretenses son mentirosos”, en un interesante capítulo que titula “Miento, Hablo”; Simmel: no hay vínculo social sin mentira.
            Sin embargo, Kant se enfadó mucho, y escribió Sobre un supuesto derecho a mentir por filantropía (1797), para declarar que «quien miente, por más bondadosa que puede ser su intención, debe responder por las consecuencias de su acción», mientras, Montaigne, refiriéndose a la formación de los hijos: «hay que enseñarle sobre todo a rendirse y a ceder las armas a la verdad en cuanto la perciba».

            Estoy con Wittgenstein, la mentira es un juego del lenguaje. Hay que saber jugar.    
DIARIO PALENTINO, jueves 18 de febrero de 2016       

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