jueves, 25 de febrero de 2016

Amistad y olvido


            «Es preciso que acompañe a la amistad en el olvido». Este enunciado con el que finaliza el libro La amistad, (1971), de Maurice Blanchot, nos pone sobre la pista de esos dos significantes, amistad y olvido, que tan unidos están a lo largo de la historia de nuestras relaciones con amigos. De hecho, Blanchot habrá escrito en ese mismo libro un interesante capítulo, “Kafka y Brod”, donde afirma categórico que los escritores «no llegamos a ser célebres más que si en un momento dado, nos entregamos en cuerpo y alma al afecto limitado del amigo». Limitado dice.
            Para Borges, la amistad era una pasión argentina. Es cierto, el tiempo, la intensidad, la alegría, en suma la devoción que los argentinos dedican a la amistad es envidiable. No obstante, opino lo que Paul Auster, en Aquí, ahora cuando empieza a escribir cartas a Coetzee: «La amistad sigue siendo un enigma», hasta que es pensable el aserto aristotélico, «¡Oh amigos míos, no existe amigo alguno!» evocado por Montaigne en sus Ensayos. Quizá por eso, acerca de elegir amigos, Baltasar Gracián consideraba en 1647 que «aunque es el acierto más importante de la vida, es el que menos se cuida. Algunos son entrometidos y la mayoría casuales», pues sólo hay que recordar los disgustos que nos han dado esos amigos contingentes y nombrados como tal precipitadamente.
            Ahora bien, el intelectual francés que no quiso tener biografía —de hecho la de Bident se titula Maurice Blanchot. Partenaire invisible—, define a la amistad como “relación sin dependencia”, “sin episodio”, donde cabe “toda la sencillez de la vida”, y sobre todo que «pasa por el reconocimiento de la extrañeza común que no nos permite hablar de nuestros amigos». No nos permite hablar de nuestros amigos, añade, sino «sólo hablarles, no hacer de ellos un tema de conversación».

            Se entiende, entonces, que los mejores amigos que hemos tenido son aquellos que menos nos han exigido reciprocidad, gratitud o palabras. Los mejores amigos, los inolvidables, han sido quienes se conformaron con sencillos gestos amistosos y no nos reclamaron explicaciones por nuestras ausencias, a la par que respetaron nuestros silencios y alejamientos. Olvidar se constituye así en una operación salvadora. Mientras que el amigo memorioso, aquel que no olvida nuestras incomparecencias y gusta del reproche, no ha aprendido lo importante que es saber olvidar en la amistad, cuanto menos para soñar con que un día podamos llegar a tener, al menos, un amigo.             Finalmente ese acompañar a la amistad en el olvido es referido por Blanchot a recordar siempre al amigo que se va antes de tiempo, pues con Borges aprendimos que la memoria erige el tiempo.
DIARIO PALENTINO, jueves 25 de febrero de 2016.

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