«Es preciso que
acompañe a la amistad en el olvido». Este enunciado con el que finaliza el
libro La amistad, (1971), de Maurice
Blanchot, nos pone sobre la pista de esos dos significantes, amistad y olvido,
que tan unidos están a lo largo de la historia de nuestras relaciones con
amigos. De hecho, Blanchot habrá escrito en ese mismo libro un interesante
capítulo, “Kafka y Brod”, donde afirma categórico que los escritores «no
llegamos a ser célebres más que si en un momento dado, nos entregamos en cuerpo
y alma al afecto limitado del amigo». Limitado dice.
Para Borges, la
amistad era una pasión argentina. Es cierto, el tiempo, la intensidad, la
alegría, en suma la devoción que los argentinos dedican a la amistad es envidiable.
No obstante, opino lo que Paul Auster, en Aquí, ahora cuando empieza a escribir
cartas a Coetzee: «La amistad sigue siendo un
enigma», hasta que es pensable el aserto aristotélico, «¡Oh amigos míos, no existe amigo alguno!» evocado por Montaigne en sus Ensayos.
Quizá por eso, acerca de elegir amigos, Baltasar Gracián consideraba en
1647 que «aunque es el acierto más importante de la vida, es el que menos se
cuida. Algunos son entrometidos y la mayoría casuales», pues sólo hay que
recordar los disgustos que nos han dado esos amigos contingentes y nombrados
como tal precipitadamente.
Ahora
bien, el
intelectual francés que no quiso tener biografía —de hecho la de Bident se titula Maurice Blanchot.
Partenaire invisible—, define a la amistad como “relación sin dependencia”,
“sin episodio”, donde cabe “toda la sencillez de la vida”, y sobre todo que
«pasa por el reconocimiento de la extrañeza común que no nos permite hablar de
nuestros amigos». No nos permite hablar de nuestros amigos, añade, sino «sólo
hablarles, no hacer de ellos un tema de conversación».
Se entiende, entonces,
que los mejores amigos que hemos tenido son aquellos que menos nos han exigido
reciprocidad, gratitud o palabras. Los mejores amigos, los inolvidables, han
sido quienes se conformaron con sencillos gestos amistosos y no nos reclamaron
explicaciones por nuestras ausencias, a la par que respetaron nuestros
silencios y alejamientos. Olvidar se constituye así en una operación salvadora.
Mientras que el amigo memorioso, aquel que no olvida nuestras incomparecencias
y gusta del reproche, no ha aprendido lo importante que es saber olvidar en la
amistad, cuanto menos para soñar con que un día podamos llegar a tener, al
menos, un amigo. Finalmente
ese acompañar a la amistad en el olvido es referido por Blanchot a recordar
siempre al amigo que se va antes de tiempo, pues con Borges aprendimos que la
memoria erige el tiempo.
DIARIO PALENTINO, jueves 25 de febrero de 2016.
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