El
litoral que une a la amistad y al amor se vislumbra como una delgada línea
roja, como un viaje, imposible sin cruzar todo tipo de fronteras, geográficas y
psicológicas, como mostró Claudio Magris en El
infinito viajar. Unos compañeros, unos conocidos, unos colegas, unos
vecinos, unas amistades, parecen constituir una serie en la que aún no
adjudicamos a ninguno de ellos el título de amigo. Y no es cuestión de tiempo,
puesto que a veces pasamos más tiempo con colegas, vecinos y amistades, que con
nuestros amigos, a quienes tardamos en ver.
Desconozco
si de un amigo esperamos tan sólo que nos aplauda, y salimos corriendo cuando
nos canta las cuarenta, o nos avergüenza. De lo que estoy seguro es de que
necesitamos tener amigos, o mejor expresado, necesitamos ser amigos de alguien.
También
creo que exageramos mucho al exigir altas cualidades a quien consideramos
amigo, como si precisáramos idolatrar a los amigos, y ya no otorgamos tal
título al tun-tun, cansados de
haberlo hecho tanto tiempo desde nuestra niñez, pues conocido es el deseo de
todo adolescente de imaginar que tiene muchos amigos. Seguramente sea verdad que un adolescente considere como amigos a
demasiados, como hace el joven que se inicia en la vida de adulto responsable, hasta que poco a poco va descubriendo la verdad, y
entonces se va decepcionando, y suelta eso de “pensaba que tenía amigos”.
Creemos tener amigos cuando son simples compañeros de viaje, deslumbrados por
algo que dijimos, y que suelen abandonarnos en silencio cuando confirman a
Caetano Veloso: «De cerca nadie es normal».
Pienso
que necesitamos amar a nuestros amigos, tanto como dejarnos amar, aunque ese
amor sea temporal, como cualquier otro amor, y además apasionado, posesivo,
celoso, excluyente, en fin, con todas las servidumbres del amor, incluido el
susto del amor, del que habló García Márquez.
Son
los amigos amables quienes mejor encuentran acomodo en el aforismo de Pessoa:
«No el amor, sino los alrededores del amor, es lo que vale la pena». Son esos
alrededores los que nos proporcionan el placer de la amistad, un amor que no
tiene por qué desmerecer de otros en la vida. Además, la entrega a los amigos nos
llevaría a hacer cualquier cosa por ellos, hasta la heroicidad.
Si
amar es dar lo que no se tiene, si amar es soñar con que encontramos a alguien
que tiene lo que nos falta, si amamos a quien es capaz de nombrar nuestro
auténtico ser, amar a nuestros amigos amables va de suyo.
Los
soñamos gigantes, aunque en el fondo sabemos que están tan perdidos como
nosotros.
DIARIO PALENTINO, jueves 4 de febrero de 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario