viernes, 18 de julio de 2014

Graffitis

Graffitis

Hace años encontré un libro en la biblioteca de un amigo que versaba sobre los graffitis de los romanos, y para mi sorpresa comprobé que eran similares a los de nuestra época, mostraban los mismos circuitos pulsionales, usaban los mismos lugares: los baños públicos, los lugares emblemáticos y las vías de paso. Era un libro delicioso, lo leí en una noche, y nunca más supe de él ni recuerdo el título. Pero estos días leyendo a Magris he vuelto a pensar en aquel libro.
En “Graffiti en Ivanovo”, Claudio Magris se refiere a los graffiteros como “gamberros con ansia de inmortalidad”, y pone el ejemplo de Lord Byron quien estropeó con la escritura de su nombre el templo de Poseidón.
Gamberros con ansía de inmortalidad es una expresión lúcida y quizá rigurosa. Es verdad que podemos contemplar los graffitis como una expresión artística, de hecho empieza a ser visto así, pero también como un elemento de vida y de humor que aporta la dosis que en ocasiones necesitamos para hacer más soportable lo que no existe, la realidad, y tornarla más amable. Ionesco habló sobre esto: “donde no hay humorismo, donde no hay risa, hay cólera y odio”. A ese respecto recuerdo un graffiti palentino de hace unos meses, que aún sigue, escrito en los días de la euforia consumista navideña: “felices compras y prósperas deudas nuevas”.
Me disculparán los forofos de los tatuajes, pero finalmente también ellos escriben sobre su cuerpo un graffiti que busca lo eterno, comunican algo al mundo, son como una suerte de hombre-cartel, mujer-cartel. La pregunta es si al mundo le interesa descifrar ese graffiti sobre el cuerpo.
Ocurre que algunos graffitis antiguos son protegidos por las autoridades porque tienen hoy el mismo valor histórico que el propio monumento o el episodio histórico. De hecho muchos han pasado a la historia, como aquel de mayo del 68 que algunos recordamos en los momentos difíciles o esas mañanas en que hay viaje: “debajo de los adoquines está la playa”, o también los graffitis encontrados en la Torre del Homenaje en la Alhambra, embarcaciones dibujadas por presos cautivos en los siglos XVIII y XIX, es decir, un modo imaginativo de escapar.
Claudio Magris opina como Víctor Hugo: lo que se contempla como estúpido o malvado hoy no va a quedar más remedio que ser tratado como historia el día de mañana. Mi opinión es que los graffitis demuestran que desde siempre se necesitó escribir en los márgenes.

Publicado en DIARIO PALENTINO el jueves 17 d julio de 2014

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