viernes, 8 de noviembre de 2013

Los traumatismos en la cura analítica...JORNADAS DE PARÍS...El niño lacaniano y Soldados traumatizados

El miércoles salgo para París, para escuchar, entre otros, a la palentina Ángela González, psicoanalista en Palencia de la AMP, que presenta el texto denominado Exil intérieur.
Las Jornadas de la ECF francesa…son muy importantes para el avance del psicoanálisis.
Van dos textos a propósito de esas Jornadas








El niño lacaniano es el niño troumatisé
Philippe Lacadée

Empecemos con una observación de Jacques Lacan; se trata de un encuentro que él tuvo con un niño pequeño, seguramente de su familia, y al cual hace referencia en Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis[i] justo después de haber evocado al pequeño sobrino de Freud. Lacan nos dice así: “Yo también he visto, con mis propios ojos, abiertos por la adivinación materna, al niño, traumatizado de que me fuera, a pesar del llamado que precozmente había esbozado con la voz, y que luego volvió a repetir durante meses enteros; yo lo vi, aún mucho tiempo después, cuando lo tomaba en brazos, apoyar su cabeza en mi hombro para hundirse en el sueño, que era lo único que podía volverle a dar acceso al significante viviente que yo era desde la fecha del trauma”[ii]. El niño del cual nos habla Lacan aquí es un niño traumatizado que consigue en el Otro la paz de lo simbólico y que se duerme.

Señalemos de entrada cómo Lacan nos habla de este niño, traumatizado porque el Otro (es decir, Lacan mismo) se ha marchado a pesar de su llamado; frente a la ausencia de respuesta del Otro el niño no emitirá otro llamado más, entrando en una especie de mutismo, o inclusive de autismo por la vía del sueño en los brazos de Lacan: el “acceso al significante viviente que yo era desde la fecha del trauma”.

El Otro para el niño es ante todo un significante vivo, que ilustra en este caso como el encuentro con el Otro es traumático y también como éste puede ser conciliatorio. Lacan nos indicó que el significante no es solamente simbólico o pacificador, pero que él es viviente, es decir que puede gozar de su vida de significante completamente solo y como tal ser portador de un goce fuera de sentido.

Este goce es traumático para el niño, ya que mientras un otro significante no venga a darle su significación tal goce se le escapa. El niño no comprende nada de lo que sucede, y eso lo traumatiza; en esta viñeta eso lo deja en situación de abandono – el Otro al marcharse lo abandona– no responde a su llamado, el Otro portador del significante, vive y goza en otro lugar lejos de él.

Recalquemos como Lacan da cuenta de los estragos que la palabra produce en un niño cuando no se responde a su llamado. Él dice que entre el Otro y el niño hay el “llamado que precozmente había esbozado con la voz”. Notemos finalmente como él introduce la importancia que tiene para el niño, en el llamado al Otro, un objeto que le viene del deseo al Otro: la voz, para todo sujeto este objeto voz es tomado en su relación al Otro. Este objeto voz y la pulsión invocante que está vinculada, al igual que el objeto mirada y la pulsión escópica, son dos objetos fundamentales en la clínica que Lacan ha puesto en evidencia para el niño. Así el objeto mirada y la pulsión escópica son esenciales en esta escena: “he visto, con mis propios ojos” y la mirada de la madre. Durante la elaboración del “estadio del espejo”[iii] una de las primeras cosas que Lacan señaló fue ese instante donde el niño frente al caos y  a la fragmentación de su ser, intenta recuperar una unidad en la imagen especular que él carga libidinalmente e imaginariamente para hacerse un Yo. Más tarde, Lacan resaltará la importancia de la mirada del Otro y de la pulsión escópica.
Asimismo durante esta escena, donde el Otro toma al niño en sus brazos, Lacan es testigo del desgarramiento del ser que sacude a este niño; pero la mirada que Lacan dirige le hace formar parte del acontecimiento, hasta el punto de ocupar la posición causal que posibilita la existencia de esta escena porque ella es vista. El Otro, por medio de su mirada, se convierte en ese que acompaña al niño al momento de su entrada en el mundo; y termina siendo el elemento activo fundamental que transforma ese mundo hostil en un mundo pacificado. El Otro enmarca la experiencia del niño a través de su mirada.

En esta viñeta clínica, enfaticemos como Lacan ilustra su posición con respecto a la madre. Él precisa que lo que le abre los ojos es la adivinación maternal. Es la mirada que esta madre tiene hacia su niño, su adivinación maternal, que permite a Lacan -haciéndoselo visible- adivinar el traumatismo. Notemos aquí como en el significante adivinación, opera un deslizamiento etimológicamente fundado entre adivino y divino, dejando a su vez aparecer ese “divino” asociado a la figura del infante – del infante como si fuera un Dios, del infante “inocente y feliz[iv] tal como Víctor Hugo lo describe en su poema cuando el niño aparece[v]; tal que Freud en su “Introducción del narcisismo” lo designa His majesty the baby[vi]. Advirtamos también como para Lacan el niño freudiano es culpable de abandonarse al goce masoquista que él ha sentido, sufrido, o inclusive extraído. Hay en el niño una inclinación que lo impulsa a volverse el objeto caído del Otro; hay en él una disposición precoz a la decadencia, un masoquismo primordial que lo empuja a sufrir de su propia decadencia y a obtener una satisfacción fundamental, un goce.
Algo insiste en el corazón del ser, y Lacan afirmó su existencia como necesidad primaria; ese algo deja a cada sujeto a la merced de ser abandonado por ese que lo sostiene simbólicamente en su experiencia de nominación. Para Lacan el niño no es un inocente, él es culpable del goce que obtiene por medio de la utilización del significante, pero también al abandonarse a su masoquismo primordial.

Para Freud y luego para Lacan la neurosis infantil viene más de lo real que del encuentro traumático con el Otro, del goce en juego en ese encuentro, goce en el que el niño no puede colocar ninguna palabra y del cual puede hacer un cierto uso.
El niño lacaniano no conoce la despreocupación, ya que a causa del lenguaje no hay para él simbiosis posible con el autor de sus días, más bien lo que hay siempre es la discordancia del malentendido. El niño es separado de ese mundo en el cual el nacimiento lo ha arrojado, y que ya estaba ahí mucho antes de su llegada. Él es un inmigrante en el país de la palabra; país donde el llamado puede no conseguir respuesta. Un niño ha nacido, un desgarro se ha producido, una falla se ha originado, una distancia permanece irreductible; hubo corte, separación.
El niño nunca desvelará el misterio de su origen y ante la pregunta ¿Quién es él, ese niño ahí?[vii] debemos abstenernos frente a la idea de acceder a tal problema del origen. La amnesia infantil testimonia de la imposibilidad para todo sujeto de responder a esta pregunta – el niño no nos traslada al origen, él nos introduce por la vía del malentendido a la dimensión de lo real. Algo escapa al sujeto, algo de lo cual está siempre separado; ese real no simbolizable puede retornar, puede surgir a la vuelta de cada historia. Ante la pregunta ¿Quién es él, ese niño ahí? nosotros proponemos de responder que el niño, por ser niño, esta fundamentalmente traumatizado. Eso nosotros ya lo hemos visto[viii]: “Traumatismo, no hay otro: el hombre nace malentendido.[ix] 
Para darle de nuevo vigor y rigor al término de trauma, Lacan forjó el neologismo de troumatisme[x]; que mejor manera para decir que eso que trauma al niño es el encuentro de un agujero en su comprensión de las cosas o de las palabras que el recibe del Otro. Hay para el niño un agujero en el saber, él no puede traducir en palabras lo que vive, lo que siente, lo que encuentra. Él vive una experiencia fuera de sentido, una experiencia de goce en el sentido de un encuentro con un real inasimilable. Entonces podemos decir que el niño lacaniano es un niño troumatisé[xi].

Traducción del Francés: Juan Vicente Carrillo y Luís Iriarte.



[i]  J. LACAN. El Seminario de Jacques Lacan, Libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (1964). Paidós, Buenos Aires, 2005.
[ii]  Ibid., p.71
[iii]  J. LACAN. “El estadio del espejo como formador de la función del yo (je), tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica”, Escritos 1. Siglo XXI, Buenos Aires, 2003. Págs. 86-93. 
[iv]  V. HUGO. “Cuando el niño aparece”, Las hojas de Otoño (1831).
[v]    Cuando el niño aparece, el círculo de la familia
     Aplaude con grandes gritos; su dulce mirada que luce
     Hace lucir todos los ojos,
    Y las frentes más tristes, las más mancilladas quizás,
     Se animan en un momento de ver al niño aparecer,
     Inocente y feliz.
[vi]  S.FREUD. “Introducción del narcisismo” (1914) en Obras Completas T.XIV, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1984. Pág. 88.
[vii] Ph. LACADÉE. “Qui est-il, cet enfant-Là” chapitre 2, in Le malentendu de l’enfant, Nouvelle édition revue et augmentée, Préface de Christiane Alberti, Editions Michèle, 2010.
[viii] Tesis desarrollada en Le malentendu de l’enfant.
[ix] J. LACAN. “Le malentendu”(1980), in Ornicar?Revue du champ freudien, n° 22/23, Lyse, Paris, 1981. p.12.
[x] J. LACAN. “Los no incautos yerran”, sesión del 19 de febrero 1974 (Inédito)
N. Del T:Agujero-traumatismo: neologismo compuesto de las palabras “trou” (agujero) y “traumatisme” (traumatismo).
[xi] Troumatisado

WARGAMES PARA SOLDADOS TRAUMATIZADOS
por Antonia Gueudar Delahaye


La armada más potente del mundo del mundo se toma en juego los traumatismos de la guerra.

Si creemos en las estadísticas, entre el 20% y el 30% de los soldados de regreso de Irak o Afganistán sufrían de un síndrome de stress postraumático o TEPT, acrónimo por el cual el DSM  designa los “trastornos ligados a una experiencia vivida como traumática”

El arsenal terapéutico de la medicina militar para el TEPT incluye  de ahora en adelante juegos de video de guerra, similares al juego “Call of Duty” y otros Battlefield (Campo de batalla) que invaden el universo de los adolescentes y jóvenes en la vida civil. Equipados de consolas y de lentes con sistemas de video integrado, los soldados son sumergidos de nuevo en situaciones de combate similares a aquellas que han vivido. Todos los sentidos de la percepción son convocados para dar la ilusión de la realidad: los lentes detectan los movimientos de la cabeza actualizando así las imágenes que aparecen frente a los ojos del paciente; sus auriculares vibran con cada explosión; un dispositivo técnico permite difundir olores asociados a la escena (humo, polvo, neumático en llamas, etc.). La idea es apelar a la realidad virtual, es decir a lo imaginario, para tratar lo real. 

El objetivo es aumentar gradualmente el nivel de stress soportable por el paciente por una exposición repetida a la experiencia traumática. La meta última es eliminar el síntoma. Es exactamente el principio operante de las terapias cognitivo-comportamentales. Notemos que el concepto de “stress”, introducido por el endocrinólogo Hans Selye (1956), se refiere a una reacción puramente orgánica frente a un estímulo exterior (traumatismo, evento, situación, peligro) pretendiendo mantener la homeostasis. Entonces aquí, lo que menos importa, es aquello que para el sujeto en el encuentro con lo real “está ahí sufriendo […] a la espera”[xi] y de lo cual la angustia hace signo.

Traducción del francés: Angélica Toro

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