Estos días he visto por las calles de Palencia algunos
psicóticos. Uno de ellos en medio de la perplejidad y el vacío de significación
que le sobrevenía paraba su marcha, la retomaba, pensaba en silencio, hacía la
estatua. Otro vociferaba sin pudor una retahíla de blasfemias en medio de su
paseo por la calle mayor. Otros muchos se encuentran muy bien integrados en la
ciudad y participan habitualmente en actos públicos. Esta apuesta por integrar
en la vida ciudadana a quienes tienen dificultades con lo simbólico, parece de
lo más humano y no presenta ningún rasgo de discriminación por el hecho de no
pertenecer a nuestra tribu neurótica más común. El psicótico tiene otra dimensión,
presenta una ingeniosa manera de ver el mundo, y parte de unas certezas
insoslayables frente a nuestras constantes dudas.
Cuando la indignidad no le oprime, la gran división no le
deja postrado en su pasividad más radical, o la certeza de la maldad del Otro
le permite ocuparse de alguna otra cosa más mundana, entonces podemos esperar
algo de su contribución al acervo común. En la historia hemos tenido grandes
ejemplos de psicóticos ciudadanos que han contribuido al desarrollo cultural e
intelectual, y sobremanera al artístico. Siempre me llamó la atención Rousseau,
quien comenzó escribiendo El contrato
social como ejemplo de máximo lazo social, y finalizó con Las ensoñaciones del paseante solitario como
paradigma de la desconexión del Otro social. Loco razonante o perseguido
melancólico, los estudiosos clásicos le encasillaron a un lado u a otro.
También ha sido muy investigado James Joyce, el gran escritor de Ulises cuyo apego a la letra y su
sonoridad han quedado muy claros en el ilegible Finnegans Wake.
Al lado de estos ejemplos de psicóticos ciudadanos más
visibles en nuestras calles encontramos psicóticos ciudadanos más discretos,
que no precisan de ninguna medicación, que están perfectamente integrados en la
vida profesional o laboral, en la política, en la enseñanza, en el arte. Que no
han presentado nunca un brote ni una manifestación exagerada de su locura, pero
que se conectan o se desconectan con la vida social, que se guardan sus
secretos inconfesables y sus certezas delirantes, que portan una locura
llevadera cuyos fenómenos elementales pasarían desapercibidos incluso al
clínico más sagaz.
Pues bien, estos psicóticos ciudadanos, en su infancia ya
presentaban psicosis infantil, eso que cuesta nombrar, y que se esconde bajo
otras denominaciones políticamente más correctas, centradas en otros síntomas
que siempre acompañan a la locura. No nombrando la cosa creemos evitar que
existe. No es eso, no es eso, es el grito sordo de esta infancia diferente, no
peor.
Publicado en DIARIO PALENTINO, columna VECINOS ILUSTRADOS, jueves 11 de abril de 2013.
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